25 June 2010

Nervios

Nivel de nervios a 25 de junio de 2010 (en %)





15 June 2010

Condones de sabores

Son las seis de la tarde de un sábado y entro en Caprabo a comprar una serie de ítems que necesito para esa misma noche.

Cojo los Doritos, cojo el pan y cojo la Cola; me llaman por teléfono. No me gusta demasiado hablar por el móvil por la calle, y menos aún dentro de un sitio cerrado, pero contesto. Hablo bajito mientras camino arrastrando el carrito ese naranja con dos ruedas. La conversación es larga, de modo que me recorro los pasillos uno a uno, sin tomar nada de las estanterías.

En un momento dado, me siento vigilado, perseguido. Sin llegar a visualizarla completamente, noto una misteriosa presencia a mi espalda, que camina con sigilo. Me giro de forma disimulada y encuentro una joven y perfumada adolescente a dos metros de distancia, observándome. Sonríe. Da un poco de miedo esta adolescente, ahí plantada al lado de los paquetes de arroz, mirándome sin decir nada, como un personaje descartado de El Resplandor.

Me hago el sueco, como si no hubiera visto nada. Me doy la vuelta y sigo paseando mientras charlo, ya no tan cómodo como hasta hace un minuto. La conversación se prolonga.

Cerca de la sección de cosméticos, mi sentido arácnido vuelve a funcionar: no estás solo, colega, ten cuidado. Varios son los pasos que se oyen esta vez; sonido de tacones y baratas pulseras metálicas. Algo está ocurriendo detrás mío; estoy cagao.

Me giro bruscamente. Tres escotadas adolescentes se paran de repente. Un observador externo diría que jugamos a una nueva y absurda versión del Un, dos, tres, pared. Las jovenzuelas sonríen de forma irresistible. Dos llevan aparato en los dientes. Las tres aspiran a ser la versión castellonenca de Hanna Montana. Mi interlocutor sigue hablando, pero ya no le escucho.

Me pongo nervioso. Hago como que miro los desodorantes, las espumas de afeitar, los champués, las compresas. He perdido completamente los papeles. Noto como el número de adolescentes crece exponencialmente a mi alrededor. Una completa sucursal de Bershka me tiene acorralado muy cerca de los condones de sabores. Help.

Analizo la situación, intentando comprender qué ocurre. Decido observar al enemigo para conocer con exactitud el número de efectivos, y sus armas. Seis adorables lolitas, seis, se me acercan con tétricas sonrisas de zombi en sus caras. Formación en semicírculo, férrea, impenetrable; no hay escapatoria posible. Soy hombre muerto.

Algo portan todas ellas en sus delicadas manitas quinceañeras. Botellas de vidrio con brebajes de exóticos colores en su interior. Comienzo a comprender. No me quieren morder. No quieren destrozarme la ropa, ni arrancarme un brazo, ni venderme unas galletas. Está más que claro: me necesitan para ponerse borrachas un sábado a las seis de la tarde.

Liberado de cierta presión, sopeso la encrucijada en la que me encuentro, sin ni siquiera saber ya quién se encuentra al otro lado del teléfono, que no deja de parlotear. En un momento dado, incluso, la cabecilla de todas estas irresistibles ninfas se acerca con un puñado de arrugados y sudorosos billetes de cinco euros. ¿Lo hago o no lo hago?

Cuelgo y las encaro, nervioso pero decidido. Sonrío. Sonríen más. Avanzo un paso. Ellas avanzan dos. Podría tocarles la nariz a todas ellas si alargara un brazo. Espero un par de segundos más sin decir nada. Las mujercitas se relamen, ya sienten el calor del alcohol barato en sus venas, el sabor de la bilis posterior en sus gargantas. El botellón vespertino es inminente.

Les digo que ya sé lo que quieren, pero que no se lo voy a dar. Me sabe mal, pero no puedo hacerlo, no está bien. Que lo siento, pero que tendrán que buscarse a otro, más valiente, más hijodeperra, quizás. La segunda de ellas al mando argumenta que no tiene sentido que no les ayude, que cualquier otro acabará haciéndolo, tarde o temprano. Que me lo curre. Fuerzan al máximo la sonrisa. Sudan, un poquito. Las adolescentes adorables también sudan, por lo visto.

- Lo siento - insisto antes de darles la espalda, y me dirijo con convicción a comprarme una botella de Cacique (for me).

Ya en la caja, observo cómo las decepcionadas hannas pagan muy a disgusto cantidades ingentes de bollicaos y donetes, acompañados de abundantes fantas y yoplaits de frutas. La peor tarde de sábado desde mi duodécimo cumpleaños, cabrón, me dicen sus ultramaquillados ojos azules.

En casa, fuera de todo peligro, reflexiono. Gracias a mi actuación, he conseguido que seis prometedoras chiquillas de quince años no se emborrachen durante al menos un fin de semana de primavera. Mi aportación positiva a la humanidad es incuestionable en ese sentido. Sin embargo, al mismo tiempo, con mis recientes actos he privado al mundo del júbilo que sin duda provocan un puñadito de alegres adolescentes ciegas como ratas.

¿He hecho bien, Jesucristo? - pregunto mirando al cielo.

11 June 2010

Maradoniana actuación

Cuatro años han pasado ya desde que escribí esto, y aquí estamos ya otra vez, desesperados, prácticamente contando las horas, minutos y segundos, todavía sin haber elegido bar de reunión, con el cuarteto futbolístico convertido a tridente, con el difícil objetivo a cuestas de batir los cuarenta y dos partidos en treinta días; aún sin creernos del todo que a partir de ahora Carrusel será otra cosa distinta en otro sitio distinto. Hoy empieza otro Mundial de fútbol.

Entre medias, en estos más de mil doscientos días sin Mundial, otro buen puñado de recuerdos que sacar a relucir en nuestras ebrias rememoraciones balompédicas, como por ejemplo, la escalofriante retransmisión del gol de Iniesta por Carlos Martínez; o la última gran genialidad de Jose María Gutiérrez; la maradoniana actuación de Andrei Arshavin en el Rusia-Holanda de la Eurocopa; la parada de Iker a Di Natale; el orgásmico final de Liga de 2007, la dolorosísima eliminación del Getafe en la UEFA de 2008; el ya mítico "no hase falta disir nada más" de Schuster; la insuperable celebración de El Hombrecillo Portugués en el Camp Nou; la tremenda exhibición de Chelsea y Liverpool en semifinales de Champions; el vergonzoso teatro de Juande Ramos en el Ruiz de Lopera; el particular bote del balón en el césped mojado del Prater...

¿Y qué otros?

Hay cosas más bonitas que el fútbol, sí.

Esta tarde empieza otro Mundial.





10 June 2010

Causas

Causas de muerte violenta (estadísticas 2010).

05 June 2010

Que no la hay

Es sábado por la tarde. Día estupendo, temperatura estupenda.

Hay buen plan para esta noche. Cena, ronete y Zep. Estoy de buen humor. Me ducho, me peino, me afeito. He tomado el sol en Castalia, dos horitas bien aprovechadas: no hay razón para no triunfar hoy, no la hay.

Cuidadosamente elijo mi ropa: tópica camiseta I Love NY, pantalón corto negro a cuadros recién adquirido -un poco ancho, modernismo al poder- cinturón con estrellas dibujadas, zapatillas verdes con cordones negros compradas en Marruecos. Me miro al espejo antes de salir: estoy buenísimo, me digo. No se me ocurre ninguna razón para no ligar, no señor, ¡no la hay!.

Antes de acudir al lugar de reunión, debo pasar por el videoclub a devolver una parodia de Hitler en DVD que solo me mantuvo cinco minutos despierto. Probablemente las cuatrocientas pesetas peor invertidas del año 2010. De camino a este establecimiento, me cruzo con mi vecina.

- ¿Qué vienes, de hacer un poquito de deporte? - pregunta alegremente, sin saber que sus espontáneas palabras sin duda desencadenarán un drama en mi interior.

- ¡Añakljsdfgñajsd! - respondo yo.

Doy media vuelta, hundido, de mal humor. Los pantalones tienen pinta ya de viejos, la camiseta tiene manchas de sudor, las zapatillas están casi rotas y mi pelo es de pringao. Al fondo hay nubes y huele a mierda de perro.

Ya en casa, lanzo mis mejores galas al suelo, convertidas de por vida en porquería para hacer un poquito de deporte, y enciendo el DVD.

- Si en verdad me interesaba un montón ver esta parodia de Hitler - me digo a mí mismo - No hay razón para devolverla sin haberla terminado de ver. ¡No la hay! - insisto.