31 August 2010

Verano sin sexo (Episodio Dos)

Tras dos titubeantes primeros episodios, parece que la serie protagonizada por el bueno de Jim comienza a consolidarse en la cadena de pago, tras alcanzar aceptables niveles de audiencia en los estados de Ohio y Dakota del Sur.

Sin perder un ápice de su natural optimismo, Jim decide proseguir con su respetabilísimo objetivo de conseguir cierto fornicamiento veraniego, acto del que parecen disfrutar el 99,99% de la población mundial excepto él.

Es domingo por la noche y nuestro querido amigo se encuentra en casa hipnotizado por un formidable reality protagonizado por granjeros analfabetos y mujeres de 95 kilogramos. Lo está pasando bien, por qué mentir. No hay nada mucho mejor que hacer en un día como este, de modo que no siente el menor remordimiento al darle un respiro a la parte de su cerebro encargada del tonteo en general. Hay que descansar un poquito, hombre.

Suenan campanitas en el móvil de Jim, mensaje de texto entrante. Las dos únicas personas que copan la bandeja de entrada de su teléfono se encuentran a uno y otro lado del mismo sofá en el que se encuentra él, con lo que únicamente puede tratarse de la compañía telefónica informándole de alguna fraudulenta oferta con millones de llamadas gratuitas.

Jim se equivoca, y mucho. El remitente del mensaje de texto entrante es una chica. No una chica cualquiera, además: bien conocida por la fiel audiencia, se trata de la misma muchacha que empalideció tras recibir un surtido de variados besitos en la mejilla izquierda pocos días antes. Parece haberlo pensado mejor, ajam.

Sin dar crédito a lo que tiene ante sus ojos, nuestro protagonista lee una y otra vez el texto que acaba de recibir: en él, la joven parece ofrecerle un plan para esa misma noche; en su propio piso; invitándole a tomar cervezas frías acompañadas de nuevo por canutos excesivamente cargados; para concluir con una buena película de madrugada: "tenemos muchas para elegir", son sus palabras. "Besos", concluye.

Diecisiete veces lee Jim el sms recibido. Deprisa, despacio, comenzando por el principio, por el final, leyendo solo las palabras pares, buscando códigos misteriosos, claves secretas, identificando matices que puedan llevar al más mínimo equívoco o malinterpretación. Por más que busca, no lo encuentra. No hay nada mínimamente extraño en estas dulces palabras recibidas en una anodina noche de domingo. Un mensaje que incluya las palabras "noche", "casa", "película", "vente" y "besos" solo puede significar una cosa. O muy pocas cosas.

Jim se quita el perenne bañador a rayas y se pone ropa decente. Se peina, se pone colonia, coge un pack de cervezas y otro de condones y arranca el coche a toda prisa.

De camino a su destino la euforia pre-coital invade rápidamente todo su cuerpo, mitigando ligeramente el temor a haber olvidado ya cómo funcionaba todo aquello. Conduce con la ventanilla bajada y la música a todo volumen. Canta abriendo mucho la boca. Si no fuera de noche, se pondría las gafas de sol y entonces el mundo ya sería perfecto.

Aparca y se dirige nervioso al piso en cuestión. La calle está desierta y hace muchísimo calor, es prácticamente insoportable para ser casi medianoche. Con una media sonrisa en la cara, se consuela Jim pensando que probablemente no durará demasiado con la camiseta puesta.

La aspirante a Audrey le espera en el balcón, sonriendo, con un botellín en la mano. "Es el tercer piso", informa. Jim empuja la puerta y sube deprisa por las escaleras.

Como un delicado regalito nocturno, la chica espera a nuestro prota apoyada en el marco de la puerta. Lleva un fino vestidito blanco demasiado sofisticado para ser un pijama y demasiado corto para ser llevado por la calle. Es sencillamente perfecto, élfico, casi irreal.

Después del protocolario beso en la mejilla y abracito cómplice, entran en la vivienda, donde un intenso aroma a incienso complementa a la perfección la estratégica ubicación de unas velas en el suelo del pasillo. Velas. Incienso.

Suena música de fondo. Música tranquila; sensual añadiría alguien que supiera lo que significa exactamente esa palabra. Velas, incienso, vestidito, música. En cuestión de segundos, el vocabulario de Jim se ha reducido únicamente a estas cuatro palabras, que definen con total precisión y sin carencia alguna el mundo que le rodea. Sin que ella se dé cuenta, Jim mira al cielo y dibuja la palabra "gracias" dedicada no sabe muy bien a quién, abrumado por el hecho de que un soporífero domingo termine de esta manera.

Avanzan por el pasillo en dirección al salón. Ella habla, pero Jim no acaba de escuchar ni de entender. Su diccionario básico sigue muy limitado, ampliado únicamente por las palabras "cerveza", "besos", "vente" y "película".

Besos, Cerveza, Incienso, Música, Película, Velas, Vente, Vestidito, en orden alfabético. Para qué más, se dice Jim, seguro de que nunca jamás necesitará ninguna otra palabra. Quizás "fútbol", o "fuet", a lo sumo.

A pocos metros del salón, una nueva palabra se hace hueco en el cerebro de Jim. Tenemos. Primera persona del plural del verbo tener. Tenemos. Palabra incluida en el mensaje recibido escasos minutos antes. No acaba de encajar esta palabra en el nuevo diccionario Jim-Castellano. Un verbo, ahí en medio. Conjugado ya, además. Tenemos, tenemos, tenemos.

- …que estamos aquí – concluye la chica una frase a la que Jim no prestaba atención. La entrada al salón es inminente, cuestión de centésimas de segundo. Estamos, Tenemos, Estamos. Primera persona del plural. Cerveza, Vestidito, Incienso.

Confusión. Jim hace entrada en el salón, alerta.

La oración "tenemos muchas para elegir" cobra pleno sentido en el instante en el que Jim comprueba que hay un tío repantingado en el sofá, en pantalón corto y camiseta interior. El tío se levanta y se dan la mano, recordándose ambos de una fiesta anterior, compañero de piso de la chica, sí, je, veamos una peli los tres en plan colegas, cómo mola.

La chica de blanco sigue sonriendo mientras quita la música y retira el incienso. El inesperado compañero de apartamento, baraja sus múltiples opciones cinematográficas. Intentando disimular su extrema decepción, preguntándose si tanto sobresalto emocional consecutivo ocasionará algún tipo de daño cerebral irreversible, Jim abre una cerveza y sale al balcón, considerando la posibilidad de lanzarse al vacío o darle un mordisco a la vela perfumada que tiene al lado.

Con la vela ya en la boca, masticando, Jim oye dos voces al unísono:

- ¡Que empieza la peli! – gritan la muchacha del vestidito y su simpático compañero de piso, que amablemente le han dejado a Jim un generoso hueco en el tresillo (sofá para tres).

20 August 2010

Verano sin sexo (Episodio Uno)

El protagonista (Jim, recordemos) se encuentra al iniciarse el capítulo de hoy en una situación que podría calificarse de idílica: la playa, desierta, verano, temperatura templada, al anochecer. Cervezas frías y algún canuto. Una chica sentada al lado, sobre una toalla traída por él mismo, que le ríe las gracias. Aunque Jim no conoce la voz real de Audrey Hepburn, piensa que no debe ser muy distinta al sonidito que sale del centro de esos morretes. Asegura que le gustan The XX.

(Mediante un escueto flashback se aclara de qué manera ha podido llegar nuestro protagonista a semejante y erótica situación: conoce a la chica en una fiesta, pocas semanas atrás; hablan; se caen bien; se dan los móviles, además de unos cuantos besos detrás de una palmera de estatura mediana. Esta vez sí que sí, se anima Jim de regreso a casa)

Regresamos a la playa, donde aparentemente todo va sobre ruedas. De manera sorprendente, la conversación ha avanzado a pasos agigantados, pasando de las habituales anécdotas acaecidas en albergues europeos a asuntos de mayor interés personal, inéditos en citas con otras muchachas. Lo están pasando bien.

Sutilmente, Jim inicia un movimiento de acercamiento en dirección a la joven. La velocidad es tan baja que resulta prácticamente imperceptible para el ojo humano si no se utiliza la cámara ultralenta empleada en el Mundial de Suráfrica. Horas después, nuestro querido amigo se encuentra a escasos centímetros de su cuerpo.

Por supuesto, lleva un tiempo considerable valorando cuál puede ser el mejor momento para acercarse a besarla, porque eso ha de ocurrir sí o sí (no?). Ya descartado el momento inicial del encuentro por considerarlo demasiado precipitado, y ya habiendo dejado pasar alguna que otra situación favorable (miradas de nubes, simpático cachete en la mejilla), Jim se encuentra simplemente recreándose en el momento, permitiéndose el lujo de alargar la situación como quien contempla un Sugus sin comérselo después de haberle quitado el papelillo ese transparente. Preliminares are important.

Brillan, bailan y se esconden las estrellas, empujadas por las nubes bajas y el THC. Los silencios no son incómodos y el arrepentimiento por haber acudido a la cita con solo un litro de birra es mínimo. Las posibilidades de éxito son del 110 %. ¿Deberá comenzar a emitirse la serie en horario de madrugada a causa de su erótico contenido?

Jim se anima. No quiere que se le pase el arroz. Si deja pasar un minuto más, quizás sea demasiado tarde, le entre a la chica un poquito de frío, aparezca una manada de mosquitos, etcétera. Es hora de besar.

Se saca de la manga una sentencia mágica, inspiradora, anunciadora del beso que se va a producir pocos instantes después. La frase es recibida con timidez, sonrisa inocente, encogimiento de hombros y dilatación de pupilas. Ha acertado de pleno.

Jim acerca su rostro al de la joven, despacio, con una cómplice media sonrisa que lo dice (prácticamente) todo. Posa sutilmente su mano izquierda sobre su mejilla y besa a la chica cerca del oído, convencido de que tan excitante demostración de capacidades amatorias provocará en ella la irremediable voluntad de lanzarse a mordisquear sus previamente humedecidos labios. A Jim le parece oir vítores similares a los que se escucharon tras el gol de Iniesta, allá a lo lejos.

El primer beso no provoca el efecto deseado. En el rostro de ella se conserva la tímida sonrisa, pero no se ha producido el deseado movimiento de acercamiento labial, probablemente a causa de la sensibilidad extrema con la que se ha producido el mencionado beso, quizás confundido por ella con una agradable brisa marina o el aleteo de algún misterioso animal nocturno playero.

Jim decide insistir con la alternativa mejillil, convencido de que esa es la óptima estrategia a seguir en situaciones que combinan playas, estrellas, nubes y porros. Lanza un segundo beso, a mitad camino de la oreja y sus labios, esta vez sonoro, algo más húmedo que el anterior, incrementando la sensación de cercanía mutua ayudándose de la mano todavía situada en la mejilla contraria. Ahora no puede haber confusión alguna: es un beso y no un bicho.

El segundo beso tampoco provoca el efecto esperado. La mirada de la muchacha sigue siendo en dirección frontal y no hacia los chorreantes morros de Jim; sus cejas se han levantado ligeramente; la timidez que demostraba su sonrisa podría ser interpretada a su vez por el espectador como preocupación o aturdimiento (sonido de risas enlatadas).

Nuestro protagonista, ajeno completamente a la realidad, todavía forzándose a ignorar lo que es más que evidente, recordando la extrema sofisticación demostrada por su joven compañera de toalla minutos antes, regala un beso a la chica en plena nariz hepburniana, tras considerar en décimas de segundo que el exotismo de este cariñoso gesto posiblemente pueda tener más éxito que el clásico besuqueo en la cara a la hora de derribar las elevadas murallas de la indiferencia.

El beso en la nariz (tercero en el cómputo global de la eliminatoria) tampoco provoca el efecto perseguido. Lo que se observa en el rostro de la joven ya no puede considerarse una expresión sino un rictus. La sonrisa prácticamente ha desaparecido por completo y lo que se extrae de su comunicación no verbal es ligera tensión y acorralamiento.

Jim, empezando a ser consciente de la ridícula situación en la que se encuentra, decide darlo el todo por el todo, diciéndose a sí mismo que ya que ha llegado hasta aquí, por qué no dar un pequeño paso más hacia el fracaso, a fin de confirmar lo que a estas alturas ya es más que obvio.

Lanza un cuarto beso, a la desesperada. Se trata del típico beso comisurero que describía Buenafuente cuando todavía era gracioso. Largo, intenso, medido, buscando comisura y reacción inmediata. Es su último cartucho y no piensa renunciar a él, a pesar de lo crítica que ya es la situación en estos momentos.

Como el espectador ya sospecha desde hace tiempo, el cuarto (sí, cuarto) beso en la cara de la chica tampoco provoca el efecto buscado. Los brazos de ella se encuentran completamente rígidos y las manos cerradas, en contacto con el suelo. Su mirada se dirige directamente a la arena y sus carnosos labios han desaparecido para siempre, al contrario que los de Jim, que en estos instantes mantiene la boca semiabierta como un chimpancé, estupefacto ante lo que acaba de suceder.

Conservando esta estúpida expresión en el rostro, escuchando sin entender una sola palabra de la elaborada y convincente explicación que la chica le proporciona, Jim mira a su alrededor, a las olas, la Luna, las nubes y su puta madre. Como es evidente, no comprende que al protagonista de una barata serie de humor surgida en los albores del siglo XXI tienen que ocurrirle situaciones absurdas, rocambolescas aunque parezcan irreales, difíciles de resolver por su compleja y acusada ridiculez.

Jim busca las cámaras, pero no las encuentra. Sobre un primer plano de su aturdido rostro, desfilan con parsimonia los rótulos de crédito.

19 August 2010

Verano sin sexo (Episodio Piloto)

El simpático protagonista de esta nueva sitcom a la española no es tan pringado como el chico morenito de How I met your mother, pero casi. Tiene más de veinticinco (años), prácticamente ha agotado ya todas sus opciones en cuanto a posibles cortes de pelo y, como al 95% de tíos de su generación –solteros o casados-, le apetece conocer a una chica divertida, razonablemente atractiva, y que entienda, al menos, uno de cada diez chistes basados en comedias costumbristas españolas protagonizadas por Alberto San Juan.

Sus amigos son conscientes de esta situación; se preocupan por él, y consecuentemente le llevan a fiestas concurridas, le presentan a chicas con dos brazos y piernas, mienten a la gente en general sobre su portentosa e innata capacidad sexual.
Esta dinámica lleva al protagonista a encontrarse ocasionalmente con inocentonas citas regadas con cerveza barata, que en el mejor de los casos, concluyen con un graciosísimo choque de manos, o dos castos y monjiles besos en la mejilla.

En el episodio piloto, el joven se encuentra en una aburrida discoteca de moda de su localidad de origen, sin bailar, en compañía de un amigo que le iguala el nivel de alcohol en sangre. El objetivo de la noche es claro, concreto: encontrar de forma completamente casual a una chica con la que el protagonista ya ha compartido cervezas, cigarros, películas favoritas y discos de la adolescencia durante, atención, tres citas que, acumuladas, alcanzan la escandalosa cifra de siete horas en total. Una vida en común. (En una de ellas, ojo, consiguió incluso que la moza le rozara por error la rodilla izquierda con una uña). Una vez encontrada y convenientemente saludada, que Barceló haga el resto, memoriza como un mantra el dicharachero prota. Hay que calentar la situación, esa es la clave del asunto.

Tras horas de infructuosa búsqueda acompañada de abundante ingesta, ya más que resignado a la no aparición de la chica en cuestión, inmerso en un acalorado debate sobre la recientemente comunicada convocatoria de la selección nacional para el próximo Mundial de fútbol, ella aparece. Sonríe enseñando solo los dientes de arriba, es guapa casi al nivel de Blanka Vlasic y suele excederse de forma adorable con la cantidad de rímel empleada.
Se acerca. El saludo es tosco, forzado, escandalosamente antinatural. La conversación no avanza, quedándose atascada entre quetales, dondehabéisestados y quemierdademúsicas. Las acompañantes de la muchacha, además, deciden no cooperar: se limitan a observar la escena con sonrisa rancia y mirada de hastío; tantísimos hombretones les han pretendido en las horas previas, fíjate tú.

Derrotado momentáneamente, el joven regresa bajo la protección del comprensivo colega (posible candidato para futura spin-off), quien le consuela con frases del tipo "no ha estado tan mal, hombre", "he visto como la chica se reía un momento" o "por lo menos no se te ha caído el cubata". La situación sigue fría, encallada, aburrida; las siete horas de conocimiento mutuo previo parecen no haber servido para absolutamente nada.

Es este el momento en el que nuestro ya querido personaje televisivo decide provocar un importante cambio de rumbo en la situación, coger el toro por los cuernos, poner toda la carne en el asador. Hay que pillarla desprevenida, concluye. Sorprenderla, fascinarla con un despliegue oratorio sin precedentes. Decirle de una vez por todas todo lo que le gusta de ella, que le apetece besarla, ahora mismo, delante de todo el mundo, sin esperar a que se atreva a tocarle un codo o a que le regale un CD.

Sabe lo que tiene que decirle. Lo ha ensayado un poquito, en casa, delante del espejo del armario. En su mente suena genial, brillante, irresistible, cómico a la par que sensual y conmovedor. No puede fallar.

Veinte minutos después del lamentable saludo, azuzado de manera excesiva por su compañero de vivencias, arranca en dirección a la joven apartando con los dos brazos a todo el que encuentra a su paso.

Desde su privilegiada posición junto a la puerta de salida del local, ella lo ve acercarse a una velocidad excesiva, provocando caídas de cubatas y quemaduras de cigarros; su mirada es una mezcla de aturdimiento y pánico absoluto: está descontrolado.

Al alcanzar su posición, nuestro amigo ha olvidado completamente lo que tiene que decir. La mueca que se observa en su cara podría considerarse casi cualquier cosa excepto sonrisa amistosa. Suda abundantemente, le tiemblan las manos más que a Alfredo di Stefano y tiene un novedoso tic en el párpado izquierdo. Es un demente.

La coge de las manos, sí. Evidentemente, ella está aterrorizada ante lo que se le viene encima. Aprieta los labios y entorna los ojos, procurando que, en caso de repentino desmayo, no le caigan los 72 kilogramos que tiene delante encima.

Nuestro prota abre la boca para decirle "me gustas". No se lo dice una vez, no, sino muchas, muchísimas. Abundantes "me gustas", acompañados también de algún que otro "me molas" y ciertos "me has molao a saco". Es una lástima que no haya un notario cerca, porque probablemente esté batiéndose la plusmarca europea de soltar la expresión "me gustas" en el menor tiempo posible; difícilmente podrían combinarse estas dos palabras de manera más ridícula y aterrorizante en un menor lapso de tiempo.
La chica, aturdida bajo el incontenible caudal de "meses" y "gustases", preocupada por la salud de su interlocutor, quien parece haberse convertido en una versión modernilla de Rocío Dúrcal, por supuesto con la libido por los suelos, es incapaz de articular respuesta, ya que no existe espacio alguno entre el inacabable torrente de declaraciones amorosas que se le viene encima.

- No te preocupes, ya volveremos a quedar – miente ella.

Al borde del colapso mental, con la boca reseca y medio litro más de sangre en la cabeza que en condiciones normales, el joven, al que a partir de ahora llamaremos Jim, sale del local. Dudando entre meterse en un contenedor para pasar el resto de la noche o escabullirse bajo una alcantarilla, Jim murmura para sí mismo:

- Este verano promete.

Próximamente, en la Fox.