06 December 2011

Desata tu Potencial

Un espectáculo puramente dantesco. Fuego, humo, viento huracanado. Música electrónica a volumen atronador. Cuatrocientas personas gritando desesperadamente alrededor de pasillos de brasas incandescentes. Gente descalza que obedeciendo los deseos de un enloquecido líder de masas camina sobre una superficie a más de 500°C de temperatura. ¿El infierno en la Tierra? ¿Ritual satánico? ¿Suicidio colectivo? ¿El previsto apocalipsis para el año 2012? No. Seminario de desarrollo personal y profesional.

Hace pocos días, por recomendación de una amiga, me apunto a uno de estos seminarios tan de moda últimamente sobre desarrollo personal y profesional, uno de esos talleres en los que un carismático empresario de contrastado éxito profesional relata su riquísima experiencia a seres humanos ansiosos por triunfar tanto en el plano laboral como en el deportivo y emocional.

El seminario en cuestión no es precisamente una tontería de un par de horitas, en la que vas, escuchas al tipet y te entregan un certificado de asistencia, no. Diecisiete horas, ni más ni menos, repartidas en un día y medio. Suficiente como para amargarle a uno el fin de semana y como para cambiarle la vida a otros cuantos (true story).

Acudo sin informarme demasiado, para no condicionarme en un sentido u otro. Abierto a recibir nuevos conocimientos, dispuesto a motivarme, a jugar, a emocionarme incluso si se da el caso. Firmo un desconcertante documento en el que afirmo que no demandaré a los organizadores del seminario ni a mi universidad en caso de sufrir quemaduras (¿) y me planto en mi cómodo asiento rodeado de 499 personas más.

Muchas conclusiones se pueden sacar después de dedicarle catorce horas y media (huí a Castalia antes de finalizar) de mi fin de semana a un señor que triunfó en la vida vendiendo muchos pollos, pero me quedaré solo con aquella que creo lo resume todo a la perfección: la gente tiene muchas ganas de flipar.

En Desata tu Potencial se hablan de muchas cosas. Se habla del éxito en campos tan distintos como en el trabajo, en el deporte, en el amor o en la vida en general. Se habla de la felicidad. Se habla de autoconocimiento. De la influencia y de la persuasión. Se habla de la visualización, de la gestión eficaz del tiempo, de las convicciones, de paradigmas, de actitud ante la vida, de altruismo y de la maestría emocional. Se habla de tantas cosas que al final uno se traga cualquier concepto con tal de que el tiempo siga avanzando.

Se aprende también sobre conceptos interesantes, of course. Como los anclajes, el sesgo confirmatorio, el círculo de orista, o la psicología positiva en general, que básicamente es en torno a lo que gira todo el rollamen. Se comentan también muchos temas que uno probablemente ya sabe, pero que seguramente por obvios, uno los deja de lado o directamente no los aplica a su vida. Como por ejemplo, que el propósito fundamental que persigue la mayoría de habitantes del primer mundo es alcanzar la felicidad. Que en general, las personas son más felices teniendo objetivos concretos. Y que además, estos objetivos será más fácil cumplirlos si previamente se ponen por escrito. Etcétera.

Lo que definitivamente no es (o por lo menos, no lo fue para mí) es una experiencia casi sobrenatural que puede cambiarte la vida. No es (o no lo fue para mí) un ritual capaz de provocarte una catarsis vital que te catapultará inmediatamente para el éxito. No es conmovedor, ni inspirador, ni siquiera es algo especialmente entretenido. Experiencia interesante, sí, bastante, pero no añadamos más adjetivos. O es eso, o no tengo la capacidad de flipar que por el contrario sí poseen otras trescientas personas que había a mi alrededor.

En Desata tu Potencial se baila. Se baila mucho, de hecho. Como los organizadores no quieren que la gente se les escape a cada ratito para fumar un cigarro o simplemente para estirar las piernas, cada dos horas más o menos, se pone allí música a toda ostia y se anima al personal para que baile en sus asientos o suba en manada al escenario a dar brincos como locos. Lejos de quedarse sentada, la peña obedece con fe ciega y corre por los pasillos del auditorio en dirección al escenario, donde salta, grita y baila como si no hubiera un mañana. Está bien claro que el único objetivo de estos bailes es descansar la mente, relajarse un poco antes de que te vuelvan a masacrar con más conceptos relacionados con la psicología positiva, pero la muchedumbre se lo toma como si de una especie de exorcismo musical se tratara, como si su vida dependiera en esos instantes de lo alto que levanten la pierna al bailar la versión moderna del I will survive. Al terminar cada canción, los organizadores anuncian con un micrófono los objetos que los bailarines han dejado caer inconscientemente sobre el escenario, desde pulseras, anillos hasta chaquetas y gafas (¡gafas, quien pierde unas gafas bailando en un seminario de desarrollo profesional!). ¿Está fatal toda esta gente o soy yo que soy un aburrido?

En Desata tu Potencial se llora. O lloran algunos, por lo menos. Se muestran emotivos videos en los que un padre completa un Ironman llevando a cuestas a su hijo tetrapléjico, lo que provoca el llanto de emocionados vecinos de fila. Se nos insta a imaginarnos nuestras vidas dentro de diez, veinte o treinta años, lo que provoca de nuevo la lágrima de distintos colegas de seminario, no sabemos si por lo mucho o por lo poco que les gustaba lo que les mostraban sus visiones. Se nos enseñan también correos electrónicos de gente que ya completó el taller y que agradece que gracias a todo aquello pudo cumplir su sueño de ser padre por primera vez (WTF!?), lo que provoca la inevitable emoción del simpático orador. ¿Soy yo un completo insensible o es que nadie del resto de gente ha visto suficientes comedias románticas protagonizadas por Hugh Grant?

En Desata tu Potential trabajan una serie de colaboradores a los que, digamos, les falta un hervor. Su faena está clara: que no se aplatane el personal, que son muchas horas. Y la faena la cumplen a la perfección, todo sea dicho. Bailan, ríen, gritan, corren, lloran, aplauden y saltan más que todo el resto de asistentes juntos. Se ponen gorros de bruja, pelucas verdes, disfraces de indios y realizan absurdos bailes por todo el escenario cada vez que la ocasión lo permite. Con rostros desencajados y miradas fanáticas animan frenéticamente a la masa, ya de por sí suficientemente enfervorecida. Algunos de ellos, manifiestan incluso haber dejado sus trabajos previos en prestigiosas empresas por poder ayudar a organizar el emocionante seminario de desarrollo personal y profesional. Tranquilo, fiera, me dieron ganas de espetar.

En Desata tu Potencial se ofrece la posibilidad de caminar sobre brasas incandescentes. Sobre brasas incandescentes de verdad, como las que se usan para torrar unes llonganises, sí. La metáfora está clara. Vence tus miedos, supera barreras inalcanzables. Si eres capaz de caminar sobre brasas a 500°C, ¿de qué no serás capaz? Etcétera.

De quinientas personas asistentes, ¿cuántas deciden caminar voluntariamente sobre brasas? Por supuesto, no tengo la cifra exacta, pero de trescientas, no bajan.

Llegado el momento clave, el orador no escatima en efectos motivadores. Noventera música electrónica a todo volumen. Exaltados colaboradores animando a los asistentes a descalzarse y subir al escenario para ensayar el paseo sobre el fuego. Gritos, palmas, sentencias inspiradoras, consignas pseudosectarias. Trescientas personas corriendo en estampida hacia el exterior del auditorio donde pondrán sus pies a prueba con carbón recién quemado. Lo de estampida es literal. La gente no piensa, no se comporta de manera individual: solo corre, corre como el viento hacia la salida, como bien podría correr hacia la muerte. Si les hubieran puesto allí fuera una hoguera monumental, una enorme piscina de lava, una manada de toros embolados, les hubiera dado exactamente igual, lo hubieran arrasado todo a su paso. La gente tiene muchas ganas de flipar, como ya he dicho más arriba, aunque sea a costa de sufrir quemaduras de tercer grado (nunca he sabido si las de tercer grado son las quemaduras más flojas o más graves).

En fin. En todo esto, y en alguna que otra cosa más consiste este taller de desarrollo personal y profesional. Como dice en el panfleto, se persigue provocar una especie de revolución interior, previo pago de quince euros si perteneces a la comunidad universitaria, o de setenta, si vienes de fuera. Gente a la que le cambia la vida un seminario. Sí, por qué no. Aunque no puedo evitar pensar que quizás la vida que cambiaron era una vida un poco de chiste. Hay gente para todo.

No obstante, en alguna ocasión ya he confesado el haber soltado una lágrima de emoción con un Holanda-Rusia de la Eurocopa de 2008 viéndolo en diferido. Probablemente sea yo el que desata su potencial en la dirección incorrecta.

09 November 2011

Papas del Mercadona

Imagínate que acudes al médico porque estás constipado. Tienes mocos, toses, te duele la garganta y sientes que tienes fiebre. Te sientas en la consulta y le cuentas al especialista lo que te ocurre, esperando que de forma rápida y eficaz te ofrezca alguna solución. De forma inesperada, el doctor te responde con un resignado:

- Es que si tú no te has abrigado convenientemente, yo ya no puedo hacer nada.

Algo similar ocurre en mi universidad con el perverso Servicio de Informática.

El Servicio de Informática de mi universidad está ubicado en un misterioso despacho de la planta baja de la facultad de Ciencias Experimentales y Tecnología. Los cristales de la puerta de este despacho están completamente sellados desde el interior con folios en blanco pegados con cinta adhesiva. Ningún cartel indicativo informa sobre lo que hay en el interior de enorme y aparentemente vacío despacho. Desde fuera, cualquiera podría afirmar que se trata de un simple almacén repleto de cacharros viejos que nadie utiliza desde hace mil años. Los escasísimos afortunados a los que se les ha permitido la entrada a este impenetrable búnker han podido comprobar lo que allí dentro se cuece: nueve hombres –solo hombres- que no despegan ni siquiera durante un segundo la nariz de una pantalla de plasma, ridículas fotos de ellos mismos con gorritos de fiesta colgadas en corchos medio podridos, un inquietante zumbido constante y cierto aroma a papas del Mercadona.

Cuando la universidad le asigna a un trabajador un ordenador nuevo, el perverso Servicio de Informática ofrece dos alternativas:

a) No disponer de privilegios de administrador en dicho ordenador (opción por defecto). En ese caso, para absolutamente cualquier operación que vaya a modificar mínimamente la configuración de la computadora, se deberá avisar a un informático para que lo haga. Incluso para borrar un puto acceso directo del escritorio, el informático deberá venir a meter una clave.

Como esta alternativa es un coñazo nivel máximo, se ofrece la opción de:

b) Disponer de privilegios de administrador en el ordenador. En este caso, el perverso Servicio de Informática asume que el usuario es completamente responsable de su máquina, y que cualquier percance que ella sufra deberá ser resuelto por él mismo. Se lava las manos el jodido y perverso Servicio de Informática.

Al hacerme entrega del nuevo ordenador (hace ya ahora dos meses), necesito que se me instalen ciertos programas informáticos. Además, preciso que se configuren de forma correcta las impresoras del departamento, no puedo imprimir nada. Quiero hacer cientos de fotocopias fraudulentas para uso exclusivamente personal y no se me permite, es una vergüenza.

Solicito la instalación de los programas y también el tema de las impresoras. Transcurren semanas y allí no viene nadie. No puedo trabajar, no puedo avanzar. Me canso de leer elpais.com y de ver montajes chorra con memes.

Pido ser administrador (o lo que es lo mismo, caigo en la trampa, acepto el chantaje). Al ser administrador, instalo mis programas –correctamente-, empiezo a poder hacer algo.

Escasos días después, aparece de forma sorprendente un simpático informático por el despacho que comparto con otras tres jovenzuelas. Viene a solucionarme el tema de las impresoras. Casi lloro al escuchar estas palabras.

Tras sentarse en mi sitio, pregunta al instante, con una media sonrisa en la cara e incorporándose de nuevo:

- ¡Ah, pero si eres administrador!

Dirigiéndose de nuevo a la puerta de salida, con aparente intención de no regresar por allí jamás, respondiendo con simpatía a mi expresión estupefacta:

- Es que si eres administrador, yo ya no puedo hacer nada…

En la soledad de mi vida sin impresoras, empiezo a comprender lo que miran fijamente en sus pantallas los profesionales del perverso Servicio de Informática dentro de su ignoto despacho: las estadísticas del personal universitario que solicita adquirir privilegios de administrador. Cada nueva solicitud equivale a decenas de horas de trabajo menos anuales. Con cada nueva solicitud, se escuchan gritos exultantes provenientes de aquella planta baja. Carcajadas, gemidos de placer, abrazos efusivos. Un pringao más que acepta el chantaje y cae en la trampa del perverso Servicio de Informática de mi universidad.

22 October 2011

Paradoja laboral

Como cientos de miles de jóvenes más de mi generación, he comenzado esta semana a buscar trabajo más o menos en serio. Aunque tengo ciertas preferencias, me vale prácticamente cualquier cosa a media jornada que me permita continuar durante unos cuantos meses más con la milonga esta del doctorado.

Me organizo, hago listas, muchas listas. Listas de todas las Empresas de Trabajo Temporal (ETTs) de mi ciudad. Listas de todos los despachos de ingeniería. Listas de todas las academias de repaso, de todas las academias de inglés. Listas de webs de búsqueda de empleo. Listas de preferencias y listas de documentos a incluir en mi impresionante currículum. Al rato, empiezo a necesitar una lista para organizar todas mis listas.

Actualizo mi perfil en Infojobs, pereza máxima. Cambio la foto por una en la que salgo espectacular y meto en formación académica un par de cursillos chorra más. En el apartado de conocimientos, rebusco a ver si puedo añadir algo sugerente. La web ofrece en esta sección infinitas posibilidades, algunas tan exóticas como "Estándar PBX", "Microfocus COBOL" o "ASP.NET (ASP+)". Me pregunto si existirá alguien en este país que sepa qué son alguna de estas chorradas mientras selecciono mis escasos conocimientos, entre los que, sin complejos, incluyo "Redacción de cuentos y relatos".

Le doy a guardar y voy a la cocina a beber un vaso de agua. De vuelta al portátil, actualizo el correo. No hay emails de empresas multinacionales ofreciéndome empleo. Espero un minuto y vuelvo a actualizar. Nada. Medio minuto más y refresco de nuevo. Nada de nada. Llevo tres minutos buscando trabajo y todavía no tengo trabajo. Igual tengo que salir de casa para conseguirlo.

Acudo a la Oficina de Inserción Laboral de mi universidad, seguro que allí saben qué hacer conmigo. Le explico a la chica lo que busco y lo primero que me dice es que antes que nada tengo que ir al Servef (Servei Valencià d'Ocupació i Formació), pedir cita para una entrevista y entonces volver otra vez por allí. Estoy allí sentado, delante de ella, con un fajo de currículums en la mochila, con tiempo libre por delante. Ella está aparentemente haciendo nada de nada. Podría hacerme la entrevista ahora mismo y ahorraríamos un montón de trámites absurdos, pero no. Tengo que irme a tres kilómetros, pedir cita y volver.

Voy al Servef y pido cita. Me la dan para el 10 de noviembre (de este año). Mientras tanto, la chica de la Oficina de Inserción Laboral de mi universidad allí debe seguir, mirando el facebook mientras se come unas rosquilletas con pipas.

Sigo adelante. Saco del bolsillo mi interminable lista de ETTs. Tengo quince. Quince empresas cuya única función es dedicarse en cuerpo y alma a ayudarme a encontrar empleo. No puede fallar. Voy a todas ellas.

Durante este animado periplo, me doy de bruces con una extraña situación: la mayor parte de Empresas de Trabajo Temporal han quebrado, ya no existen. Las personas encargadas de ayudarte a buscar empleo tampoco tienen ya empleo. Es más, las personas encargadas de ayudarte a buscar empleo son en estos momentos competidores tuyos en la ardua tarea de la búsqueda de empleo (y además seguro que se conocen trucos). Las personas que hasta hace pocos meses se ganaban la vida en Empresas de Trabajo Temporal se encuentran en estos momentos en otras Empresas de Trabajo Temporal, pero como clientes.

Reflexionando sobre esta interesante paradoja laboral, me compro una ensaimada.

Dentro de las pocas Empresas de Trabajo Temporal que todavía siguen en pie me dicen lo mismo:

- Ahora el registro es siempre on-line. Te das de alta, subes tu currículum, te apuntas a las ofertas que te interesen y si encajas, te llamamos.

Al final, siempre añaden esto:

- Aunque ahora está todo un poquito parado.

Sin haber podido entregar ninguno de mis espectaculares currículums en papel, vuelvo a casa y me planto de nuevo frente al portátil, dispuesto a entrar en las webs de estas supervivientes ETTs. Meto el CV. El procedimiento es básicamente el mismo que el que ya he hecho hace un par de horas en Infojobs, pero más incómodo. Lo repito cuatro veces más, un horror. Al terminar, me da la impresión de que mandar el currículum por internet tenga probablemente el mismo efecto que si lo tiro por la ventana que tengo detrás. Pero hay que hacerlo así, supongo.

Enciendo la tele y en las noticias dan la cifra actualizada del desempleo en España. Le quito la voz. Paciencia, chaval. Paciencia y suerte.

21 September 2011

Yogures de marca

Hace escasas semanas, regreso del país inventor de la patata frita con la firme intención de abandonar de una vez por todas esa vivienda en la que la ropa se lava y plancha sola, el consumo de luz, agua y gas es gratuito y siempre hay yogures de marca en la nevera: el hogar materno.

No quiero provocar un shock traumático nada más bajar del avión, así que decido esperar a compartir mis viles intenciones unos días más tarde, tras haber disfrutado convenientemente de los agasajos propios de quien regresa de un lugar muy remoto y misterioso.

Durante esos días, mis sufridos padres no solo no se huelen la tostada, sino que además comienzan a poner sobre la mesa toda una serie de planes que me involucran más que nunca en la toma de decisiones que afectan a la vivienda. Ejemplos:

- David, ¿este año nos hacemos de Canal Plus Liga o de Gol TV? – pregunta adorablemente mi padre.

Tras unos segundos de ligera duda, le transmito que, en mi opinión, los mejores profesionales del periodismo deportivo siempre han estado ligados a Canal Plus, y que siguiendo ese razonamiento, le convenía seguir pagando por Canal Plus Liga. Pero que vamos, que si le apetecía cambiarse de acera, por mi que no lo hiciera…

Ni una sospecha.

- David, la funda nórdica esa que has estado usando en Bélgica la podríamos poner ahora en tu habitación, ¿no crees? – pregunta horas más tarde inocentemente mi madre.

Aguantándome un poquito la risa y también un poquito la lágrima, le digo que sí, que por qué no, que adelante, que me parece estupendo. Pero que no la cambie todavía, que igual la funda nórdica esa puede ir en otro sitio, que ya veremos…

Nada. Ni un atisbo de duda por su parte.

Etcétera.

Tras una interesante serie de conversaciones similares a las descritas, la situación se vuelve insostenible. Hay que realizar el anuncio lo más pronto posible, o voy a comenzar a acostumbrarme de nuevo a que la comida se haga sola y a que el wc esté siempre limpio: no me iré jamás.

Lo suelto una tarde en la playa, de sopetón.

- Este año estaba pensando en buscarme una habitación en un piso compartido – espeto.

Como era de esperar, la reacción de mis padres es dramática, casi trágica. Mi madre se queda absolutamente paralizada tras las gafas de sol: cierra la boca apretando mucho los labios y agarra con sus manos el reposabrazos de la hamaca como si se encontrara en un transbordador espacial a punto de despegar. No entiende nada.

Por su parte, mi padre reproduce músculo por músculo exactamente la misma cara que pone cuando el Barça mete un gol en el descuento: malas noticias que llegan de forma inesperada.

Durante unos interminables quince segundos, solo se oyen las olas, ruido de paletas de playa y los gritos de los maquinetos de al lado.

- ¿Reacciones? – me atrevo a articular.

Resulta curioso que uno siempre se cree a salvo del tópico y el lugar común. Que cuando se le presenten en la vida aquellas situaciones por las que cualquier ser humano del mundo occidental debe pasar, él mismo y las personas que le rodean reaccionaran de forma completamente distinta y original a como ya reaccionaron millones de personas antes que él.

Mentira. Durante los siguientes veinte minutos se escuchan en la conversación que tengo con mis padres, uno detrás de otro, absolutamente todos los tópicos que pueden esperarse de una charla en la que el hijo anuncia que decide abandonar –aunque sea temporalmente- el nido familiar (ja ja, ha dicho "nido familiar"!).

1. ¿Pero que en casa no estás bien?

2. ¡Ahora tendremos que adoptar a un niño chino!

3. ¿Prefieres vivir con unos extraños?

4. ¡Pero si en casa nunca tienes que dar explicaciones de nada!

5. Es ley de vida…

6. ¡Si fuera porque te vas a vivir con una chica lo entendería!

7. Si ya te veíamos poco…

8. ¿Y te harás tú la comida todos los días?

9. ¡Te va a costar un dineral!

10. Etcétera.

En fin. Tras hacerles comprender que no se trata de nada personal, que en casa estoy muy bien, que tengo veintisiete años y medio, que sé cocinar cuatro o cinco cosas, que no voy a desaparecer, que si me tengo que esperar a encontrar novia para irme de casa probablemente no me vaya nunca, que no hace falta que adopten a ningún oriental y que tengo la intención de seguir viendo el fútbol en casa hasta que me muera, parecen empezar a entender algo. Parecen empezar.

Llega la china y tenemos que aparcar la conversación. Probablemente se retome cuatro o cinco días más adelante y se vuelvan a repetir las mismas frases pero en distinto orden. Lo haré con gusto.

Siento que me he quitado un pequeño peso de encima. Todavía no les digo que ya he empezado a mirar habitaciones: mejor soltar solo una bomba por día.

Me recuesto en la toalla y miro hacia el mar. Creo que mi madre me mira de reojo. Se me emborrona un poquito la vista. Trago saliva rápido. Toso. Me aclaro la garganta. Me froto el ojo con el dedo. Respiro hondo. Actitud normal.

02 September 2011

Manual de supervivencia

Llega septiembre y con él la habitual desmesurada oferta futbolística en televisión. Súbitamente, el 90% de las conversaciones a nuestro alrededor giran en torno a esta apasionante temática. Para aquellos no creyentes en la religión mayoritaria del siglo veintiuno, se inicia un calvario que los mantiene durante nueve meses socialmente marginados y apartados de cualquier conversación.

Hasta hoy. Mediante el siguiente manual de supervivencia, se dan una serie de instrucciones básicas que permitirán a los no-futboleros sobrevivir sin problemas a la temporada balompédica, aparentando conocer a la perfección los entresijos del mencionado deporte.

El manual es ampliable y, por supuesto, se aceptan sugerencias de aquellos lectores más experimentados.

1. Cuando un jugador maneja el balón, dale desde tu casa instrucciones mediante expresiones únicamente aplicables en el ámbito futbolístico, como "cambia el juego", "abre a banda", "triangula" o "sácala fácil".

2. Si observas que un jugador realiza ejercicios de calentamiento en la banda, intenta siempre adivinar quién será el jugador sustituido.

3. No emplees jamás términos genéricos como "defensa", "centrocampista" o "delantero" para referirte a las posiciones de los jugadores; utiliza siempre demarcaciones más específicas como "medio centro defensivo", "volante derecho", "media punta" o "extremo izquierda".

4. Refiérete siempre a los futbolistas por su nombre de pila ("Abre a banda, Ricardo" siempre es preferible a "Pásala allí, Kaká").

5. Utiliza a jugadores de medio pelo de hace quince años para ningunear a las grandes estrellas de hoy en día ("Milinko Pantic tiraba las faltas al borde del área mucho mejor que Cristiano Ronaldo").

6. Evita a toda costa vergonzosas definiciones de estilos de juego inventadas por periodistas mediocres como "tiki-taka" o "patapúm parriba".

7. Asegura, sin necesidad de aportar ningún argumento, que los países dominadores del fútbol mundial dentro de dos décadas serán Estados Unidos y Corea del Sur.

8. Para resumir las cualidades de un gran futbolista, emplea siempre la frase "Tiene mucha…" seguida de los términos "clase" o "técnica" o "talento" o "calidad". Ninguno de ellos significa nada en absoluto, con lo que resultan perfectamente intercambiables.

13 July 2011

Adicto

Por primera vez en cinco años, voy a utilizar este blog para algo útil: voy a pediros consejo.

Soy adicto a Internet. No lo digo en plan broma: soy muy muy adicto, y quiero dejarlo, en la medida de lo posible.

Todos los días, antes de empezar a trabajar, dedico un mínimo de media hora a mirar chorradas en Internet. El correo personal. Las actualizaciones de facebook desde las doce de la noche anterior hasta las nueve de esa misma mañana. El correo de la universidad. La portada del Marca. El correo de la otra universidad. Cuatro o cinco artículos de El Pais. Novedades en la liga ACB. Post nuevo en mimesacojea. Noticias absurdas en El Mundo Today. Fotos graciosas en Cuanto Daño. Foro de música. Foro del Club Deportivo Castellón. Planeta Axel. Daimiel. Etcétera. Así todos los días.

Como trabajo con el ordenador, a lo largo del día repito este ciclo varias veces. Si voy al baño, a la vuelta miro a ver si hay novedades en cualquiera de las páginas anteriores. Si los resultados de lo que sea en que esté trabajando no me salen bien, miro el facebook para evadirme un rato. Si los resultados de lo que sea en que esté trabajando sí me salen bien, miro el facebook como premio a una faena bien hecha.

De vuelta a casa, más de lo mismo. Escribo posts sobre pájaros. Me bajo series que no veo. Busco en youtube otra vez el gol de Iniesta. Veo porno. Apuesto a partidos de la Copa América en bwin. Leo críticas de pelis antiguas y reseñas de libros que aún no he leído. Vuelvo a mirar el facebook.

Esto tiene que cambiar, de manera radical. Mañana empiezan mis vacaciones. Tres semanas de festivales de música, playa y orquestas de pueblo. Intentaré que la desconexión sea lo más cercana al cien por cien.

Para la vuelta, quiero soluciones. Darme a mí mismo una ostia en la cara cada vez que entre en la web del marca, colocarme unos electrodos en los genitales que generen pequeñas descargas eléctricas cada vez que entre a ver si hay comentarios en mi blog, cosas así, ya sabéis.

Los síntomas aquí descritos pueden ser comunes a muchos de vosotros. Si alguno de vosotros ha conseguido un método que permita escapar de esta cruel telaraña llamada Internet, soy todo ojos.

Estaré pendiente a la pantalla hasta obtener las primeras respuestas, día y noche, a partir de ya.

Socorro.

12 July 2011

Ahora no hay nada

Regreso a casa con el cerebro destrozado, tras una conversación con mi co-supervisor en la que, en apenas un par de horas, ha conseguido no solo echar por tierra gran parte del trabajo que he hecho en el último mes y medio, sino también replantear de manera radical toda mi tesis. De muy buen rollo todo, eso sí.

Dejo la mochila sobre la cama con la mirada todavía brumosa y subo a mear, replanteándome por completo mi futuro por trigesimoséptima vez en los últimos cinco meses.

De vuelta al cuarto, algo me impide la entrada. Bajo el marco de la puerta abierta, un ser vivo me observa curioso. Un pájaro. Hay un pájaro en la puerta de mi habitación. No estaba ahí hace un minuto, cuando he llegado, ni hace medio, cuando he ido al cuarto de baño. Ahora sí. He encontrado todo tipo de seres alados tanto dentro como fuera de mi cuarto, pero todos ellos eran insectos, ninguno era un ave.

Durante unos segundos me planteo la posibilidad de que ese indefenso pajarillo no sea real, que se trate de una alucinación provocada por el shock causado por la conversación que acabo de tener, de una sutil metáfora ideada por mi subconsciente para transmitirme algún misterioso significado que mi parte racional no ha sido capaz de captar. No lo pillo, de todas formas.

Nunca sé muy bien cómo reaccionar cuando tengo animales delante. No me gustan los animales. Son impredecibles. Se mueven deprisa. Hacen ruidos raros. Igual huyen que atacan. Uno no sabe qué esperar. Mi primera reacción es, por tanto, hacer como que no he visto al pájaro en cuestión, meterme en el cuarto y esperar que algún otro se encargue del asunto.

A punto de cerrar la puerta, el pájaro me sigue mirando.

El pájaro se mueve muy despacio. No huye al tenerme a menos de medio metro, como haría cualquier otro pajarillo en su situación. Solo me mira, o esconde la cabeza debajo de un ala. Como mucho, se desplaza a duras penas sobre sus patas y se esconde detrás de la aspiradora, que no sé muy bien por qué, siempre está al lado de mi puerta, aunque no la haya usado jamás. Debe ser el sitio en el que se guarda la aspiradora en esta casa.

El pájaro está enfermo, probablemente moribundo. En principio no me apetece demasiado tratar con animales agonizantes un martes a las siete de la tarde, pero pienso que si espero un rato voy a tener que tratar con animales muertos, con lo que la situación no mejora.

Igual el pardal solo tiene sed, pienso. Cojo la tapa de un bote de cristal y la lleno de agua del grifo hasta el borde, colocándola cuidadosamente al lado del animal. Mientras éste observa desconfiado el líquido, corro a buscar mi cámara. Me encuentro viviendo, al fin y al cabo, el momento más emocionante del último mes y medio.

El pájaro no tiene sed. Alpiste no tengo, así que tampoco puedo averiguar si lo que le pasa es que está muerto de hambre. Hay que sacar al pájaro de ahí, asúmelo, me digo.

Me animo y me acerco a escasos centímetros. Envuelvo su minúsculo cuerpo con mi mano, lo cojo. Ahí dentro todavía parece más pequeño, las plumas le hacían parecer más grande de lo que en realidad es. Se asusta y empieza a aletear como un loco. Yo me asusto más y lo dejo caer al suelo mientras digo joder ostia puta, o algo así.

Entro de nuevo al cuarto y cojo un periódico viejo. Engaño al pájaro para que se suba encima del periódico y lo envuelvo rápido para que no se me escape. Con cuidado de no aplastarlo, claro. Miro por el hueco que queda y veo al pájaro mirándome con cara de acojone. Sigue sin decir ni pio (ja ja).

Me planteo dejarlo en el borde de la ventana, pero sé que lo único que conseguiré será regalarle un pájaro muerto a la dueña del piso, que vive debajo. Cojo las llaves y salgo de casa en dirección a un parque cercano. Transporto el periódico intentando hacer la fuerza exacta que impida que el pardal no se escape y que al mismo tiempo no termine con la poca vida que le queda. La gente me mira chungo. Un tipet en chanclas llevando la sección de economía de un periódico con las dos manos como si fuera una tarta a toda velocidad en dirección al parque. Buena pinta.

Una vez allí, lo poso sobre un césped tranquilo. Su actividad sigue siendo la misma. Movimientos cortos, mirada triste, cabeza bajo el ala. Lo dejo allí.

Al llegar a casa, me cae una gota en la cabeza.

Me hago la cena mientras veo caer la tormenta. Después de comerme un bote de sopa checa, empiezo a escribir un post sobre un pájaro que he encontrado esta tarde en la puerta de mi habitación. Ochocientas veintiuna palabras después me doy cuenta de que tengo mucha curiosidad por saber qué habrá sido del triste animal. Vuelvo al parque.

Retorno del parque empapado y muerto de frío. Termino el post. Donde antes había dejado al pájaro, ahora no hay nada.

09 July 2011

Maquinaria

Los días previos al comienzo de las vacaciones son terroríficos: imposible concentrarse, imposible trabajar, cualquier excusa es buena para huir durante unas horas de la oficina/laboratorio (nunca he tenido muy claro cómo llamarlo, pues en realidad no es ni una oficina ni un laboratorio, y si combinamos ambas palabras nos quedamos con "ofiratorio" o "laboficina", que suenan más bien a nombres de medicamentos extraños, lo que tampoco ayuda mucho).

Hace escasos días, entra al ofiratorio Eric, el atractivo técnico de campo que se encarga de supervisar el estado de las plantaciones y cultivos que este departamento maneja en el norte del país, solicitando ayuda. Por lo visto, hay que limpiar un invernadero, y esto es un trabajo que requiere colaboración del resto de miembros del equipo. Vislumbrando la posibilidad de escapar durante un día entero del sopor de la pantalla de ordenador, imaginando también que muchas otras manos solidarias se alzarán uniéndose a la mía, me presento alegremente voluntario. Miro a mi alrededor y compruebo con cierta sorpresa que soy el único interesado en pasar un miércoles limpiando un invernadero.

Nunca he limpiado un invernadero, no sé cómo se hace, ni cuánto se tarda, ni por qué debe hacerse. A decir verdad, no creo haber estado nunca dentro de un invernadero, ni haber visto uno de cerca. Imagino un invernadero como una casita de campo hecha de cristal llena de flores o frutas. Estoy motivado.

El día acordado, me desplazo en furgoneta al invernadero en cuestión junto al mencionado Eric y Johann, el otro técnico de campo. Ambos hombres duros, de campo, de aire libre. El vehículo está lleno de guantes de trabajo, picos, palas, azadas y botellas de plástico vacías. Ellos hablan en su idioma del infierno y yo disfruto del trayecto mirando el sol por la ventanilla.

El invernadero me decepciona sobremanera. Está situado en una especie de granja en la que se almacenan enormes balas de lana que huelen a muerte reciente. El volumen de insectos no debe ser menor a cien bichos por metro cúbico. El agua de un grifo allí presente no se puede beber porque hace pocos días encontraron una paloma muerta en el depósito (?). El invernadero en sí es una casita de cristal, efectivamente, pero un cristal todo lleno de barro y moho, y la temperatura allí dentro no debe ser inferior a los cuarenta y cinco grados (literalmente). En el interior no hay flores ni frutas, sino sesenta y cinco gigantescas macetas llenas con doscientos kilogramos de tierra cada una. Sesenta y cinco macetas de doscientos kilogramos son trece toneladas de tierra. En eso consiste limpiar este invernadero en concreto: en sacar estas sesenta y cinco enormes macetas llenas de tierra seca y muerta, vaciarlas en un camión que hay por allí cerca y devolverlas sanas y salvas a la laboficina. Guay.

Un grupo de hombres altamente cualificados está allí para ayudarnos en lo que haga falta: son el Equipo A de la limpieza de invernaderos. Ninguno de ellos conserva más de la mitad de la dentadura frontal. Todos ellos calzan botas de seguridad, roídos monos de trabajo y setenteras camisetas de propaganda manchadas con barro, sangre, pintura, sudor, lejía y otras sustancias líquidas. Yo llevo unas Converse marrones y una camiseta de Arcade Fire. Por lo menos mi pantalón corto lleva una mancha de grasa de bici en un lado. Este detalle me acerca un poquito a ellos.

Antes de empezar a trabajar, se realiza una reunión en la que supongo se está discutiendo la forma en que se va a realizar la faena. No es fácil. Las macetas pesan un huevo y para sacarlas del invernadero hay que subirlas tres escalones. El camión, además, no puede acercarse a menos de diez metros, con lo que hay que llevarlas hasta allí de alguna manera, para vaciarlas.

Junto a este comité organizador hay una especie de planta silvestre con unos frutos rojos redondos. Cada cierto tiempo, un miembro del equipo se acerca y coge un puñado de estas bayas aparentemente venenosas y se las mete en la boca, muy alegremente. Evidentemente, yo no quiero ser menos y cojo un racimo de estas apetitosas frutillas y me las voy comiendo de una en una. Como esperaba, saben a rayos. Son amargas y tienen una textura extraña. Miro a Eric y el tío se las come de diez en diez, metiéndose todo el racimo en la boca como cuando en los dibujos animados alguien se come un pescado cogiéndolo de la cola y sacando de la boca únicamente ya las espinas. Es un espectáculo.

En el reparto de funciones a mí me asignan una Jungheinrich. Maquinaria. Voy a utilizar maquinaria pesada (bueno, la mía debe pesar como ciento cincuenta kilos, pero a eso ya se le puede llamar maquinaria pesada, ¿no?). Estaré en la puerta del invernadero, recibiré las macetas, las elevaré un poquito con mi artefacto y las acercaré al camión, donde una especie de paleta excavadora las recogerá y con la ayuda de algunos miembros del equipo, las vaciará sobre el remolque del camión.

Mi función es completamente secundaria, casi prescindible, pues no hago más que de enlace entre el invernadero y la paleta excavadora, pero me siento importante, viril, un auténtico hombre manejando mi Jungheinrich. Los únicos trabajos físicos que he desempeñado en mi vida han sido ser camarero en un restaurante turco y vigilar el parking de un parque acuático, con lo que levantar del suelo unos pocos centímetros estas colosales maletas me proporciona un placer indescriptible. Mientras estoy allí, siento que la barba me crece más deprisa y percibo un súbito interés en conocer los caballos de potencia que tiene mi coche. I am a man.

A la una se para para comer. Llevamos horas tocando tierra, ramas, maquinaria variada y frutos venenosos, pero allí nadie se lava las manos ni amaga con intentarlo. Igual es también por la paloma muerta en el depósito (jaja). Los miembros del equipo tragan y hablan al mismo tiempo, ríen a carcajadas lanzando trozos de pan de sus bocas. Llegan aquí los primeros eructos del día. Probablemente estén hablando de tías en pelotas o camiones muy rápidos. Por supuesto, me uno puntualmente a sus risas aunque no entienda ni una sílaba de lo que dicen. Soy uno de ellos al fin y al cabo.

Después del bocata me hago un cigarrillo de liar, sin filtro, por supuesto, como ellos. Normalmente tardo cinco caladas en marearme, esta vez solo me cuesta dos. Finjo como un cobarde, aunque mis pupilas dilatadas al extremo me delatan.

La tarde transcurre aproximadamente en los mismos términos. Comparto ahora la Junheinrich con un granjero que se parece a un Bjorn Borg con un dentista muy malo. De cuando en cuando, alguno de los hombres que vacían la tierra sobre el remolque me grita algo señalando a un granero cercano. Estos gritos suelen ser algo parecido a "een shlutje!" o "de slaventjkare!" o "het verschrijkelijk!". Yo siempre les traigo una pala y allí no se queja nadie.

Al terminar la jornada de trabajo, regresamos a casa habiendo vaciado únicamente la tercera parte del invernadero de los cojones. No voy a volver por allí jamás, así que me siento satisfecho y aliviado al mismo tiempo. Me devuelven a casa en la furgoneta y me despido de Eric y Johann con un vigoroso y viril apretón de manos.

El nuevo hombre en el que me he convertido abre la puerta con brazos, piernas y espalda doloridos. Me ducho con un champú olor a frutas y me hago un plato de pasta con salmón. Después de cenar me tomo una birruki con aroma de frambuesa. Antes de acostarme leo un capítulo de una novela de Melissa P. y veo un episodio de Modern Family. Fijo que cualquiera de mis compañeros de trabajo de hoy está haciendo algo muy muy parecido a esto. Fijísimo.

29 May 2011

Hola Rusia

Cuando me ha tocado vivir fuera de casa, siempre he buscado, de forma involuntaria pero constante, gente que supla temporalmente el papel que habitualmente ejerce mi padre de compañero de retransmisiones futbolísticas. No conozco mejor manera de hacerse colega de un desconocido que sentándose con una cerveza de medio litro a ver un partido de Copa de Europa (todavía me resisto a llamarla Champions League).

El lugar que en otras ocasiones ocuparon un alemán, un austriaco, un gallego o un japonés, lo ocupa en esta ocasión un simpático checoslovaco. Fanático del Banik Ostrava, es capaz de tragarse con igual alegría un Madrid-Barcelona que un Oporto-Sporting de Braga.

Ayer mismo, al concluir la Final de la Copa de Europa, usualmente el último partido de la temporada futbolística, vislumbrando un verano de 2011 en el que no vamos a tener ni Eurocopa, ni Mundial, ni Olimpiadas, ni nada, pregunto, triste, a mi compañero:

- ¿Qué vamos a hacer hasta finales de agosto sin fútbol, Michal?

Sin perder ni siquiera durante un segundo la compostura, demostrando un control absoluto de la situación, mi compañero responde.

- Tranquilo colega - dice mostrando la más sincera de sus sonrisas. - La Liga Rusa acaba de empezar.

05 May 2011

Gordos y fofos

Llega el domingo por la mañana y uno siente la imperiosa necesidad de compensar las infinitas horas semanales dedicadas a observar en una pantalla de ordenador las insulsas actualizaciones de estado de sus colegas en facebook, las gilipolleces publicadas con frecuencia horaria en marca punto com, las prescindibles estadísticas de partidos de primera ronda de la conferencia oeste. También siente uno el impulso de purgar la excesiva ingesta de patatas fritas con salsa picante, de cerveza caliente y de licor barato checo.

Un buen remedio tranquilizador de conciencia son las actividades deportivas al aire libre. Uno de tantos domingos, dos valientes compañeros centroeuropeos y yo decidimos participar en una alegre carrera popular por el bosque, cuyo recorrido discurre por caminos pedregosos rodeados de árboles recién florecidos. Si alguien conoce una mejor manera de hacer creer a mi cuerpo que él y yo llevamos una vida sana, soy todo oídos.

Los organizadores ofrecen a los participantes tres modalidades: cinco, ocho y dieciséis kilómetros. Desestimo correr la primera, probablemente destinada a niños menores de diez años, mujeres en avanzado estado de gestación y ancianos decrépitos; rechazo también la tercera, por diversos motivos, entre los que se encuentra mi firme deseo de seguir viviendo más allá de los veintisiete años. Ocho kilómetros pues es la distancia que mejor se adapta a mis características físicas y objetivos de realización personal.

Me coloco cuidadosamente el dorsal que me entregan, realizo unos tímidos estiramientos que harían estremecer al menos exigente de los preparadores físicos y me coloco motivado en la línea de salida.

Resulta curioso comprobar cómo varían las sensaciones físicas y mentales de una persona a lo largo de una misma carrera.

En el primer kilómetro me siento fresco, joven, lleno de energía y de vida. Adelanto con seguridad a todo a quien encuentro a mi paso, sin ni siquiera dedicarles una mirada de desprecio. Me siento etíope, corro como una gacela. Me arrepiento en estos momentos de no haberme alistado en la prueba de dieciséis kilómetros, a todas luces asequible para un atleta como yo. Fugazmente, llego incluso a vislumbrar la posibilidad de obtener la victoria en esta prueba en la que participan alrededor de 4000 personas. Soy invencible.

En el kilómetro dos llega la primera cuesta, con una pendiente que no debe superar el 4%, no es precisamente el Angliru. Momentáneamente, mi compañero austriaco toma unos metros de ventaja, distancia ínfima que sin duda seré capaz de recuperar una vez desaparezca un misterioso desequilibrio respiratorio recién adquirido.

En el kilómetro dos y medio lanzo el primer escupitajo, más por soltar lastre que por otra cosa. Comienzo a notar un leve pinchazo en la rodilla izquierda y ya no tengo contacto visual con mi gordito colega centroeuropeo.

En el kilómetro tres mantengo un bonito duelo de adelantamientos sucesivos con un vejete cuyas articulaciones suenan como una máquina de escribir antigua y que respira como si estuviera a punto de fallecer por un ataque de asma.

En el kilómetro cuatro y medio me planteo seriamente la retirada. No de la carrera, sino del deporte en general. Sudo como un puerco, balanceo la cabeza de forma completamente descontrolada y escupo aproximadamente cada setenta y cinco metros.

Al kilómetro cinco llego al punto de avituallamiento, donde espero encontrar sales minerales, barritas energéticas, poderosas bebidas isotónicas que me permitan seguir con vida unos centenares de metros más y que justifiquen los cinco euros de la inscripción. Un puto vaso de plástico lleno de agua del grifo hasta la mitad es lo que me ofrece allí un joven sonriente vestido con vaqueros. Intento beberlo mientras corro pero solo consigo mojarme la cara y atragantarme. Toso, escupo y casi poto. Los corredores cercanos forman un sensato círculo de seguridad a mi alrededor.

En el kilómetro seis y medio reparo en que los movimientos de mi cuerpo son los de una persona que está corriendo, aunque mi velocidad real es la de alguien que camina muy lentamente. Estoy rodeado de cuarentonas de culos gordos y fofos que no tienen piedad a la hora de sobrepasarme. Me pregunto si quedará alguien por detrás de mí, aparte de aquel individuo sin pierna que me pareció ver al inicio.

Fijo mi mirada en uno de estos bamboleantes e hipnóticos culos gordos y fofos. Intento mantener un ritmo que me permita no perder de vista al más gordo y fofo de todos ellos, como si un imaginario cordel uniera esa absurda cantidad de grasa acumulada conmigo mismo.

Sorprendentemente, la estrategia funciona. Durante unos centenares de metros, mi visión deja de estar nublada, alcanzo la esperanza de no fallecer antes de llegar a la meta, de no tener que ser rescatado por un equipo médico de emergencia, todo gracias al misterioso efecto narcotizante que me produce observar los caprichosos movimientos de ese inmenso trasero.

En el kilómetro siete y ochocientos metros, distingo el cartel que señala la meta. A ambos lados del camino hay ahora gente que aplaude la llegada de los corredores. Relajo los músculos de la cara, finjo no estar al borde de un ataque cardíacos y esprinto de forma lamentable los últimos cien metros, intentando quitarme de encima a cuantas amas de casa encuentre a mi paso.

Cruzo la meta en cuarenta y tres minutos y veinte segundos, solo dos veces y media más que el récord mundial de la distancia. Me dan un zumito, camino un poco con actitud normal y me lanzo de cabeza al suelo en el césped más cercano.

Descarto temporalmente la posibilidad de participar en una maratón, como bien deseaba hace no muchos meses.

Media hora después recupero las constantes vitales. Me incorporo y miro alrededor. Necesito una cerveza.

26 March 2011

Rayos gamma

El aporreo simultáneo de doce teclados es lo único que rasga el silencio en el laboratorio a las 3 de una anodina tarde de viernes. Son escasas las horas que quedan para el fin de semana y la gente finge que culmina la importante labor llevada a cabo durante la semana, cuando lo que en realidad hace es actualizar compulsivamente el facebook y meterse el dedo en la nariz. Al menos a eso es a lo que dedico yo la mayor parte de la tarde del viernes.

De pronto, y sin previo aviso, algo sucede que saca del estado de letargo absoluto a todo el personal en cuestión de segundos. La gente se levanta de un salto de sus sillas giratorias, aparta la vista de sus ordenadores portátiles y se miran las caras unos a otros con desconcierto. La peña está claramente muy nerviosa a mi alrededor.

Aguzo el oído intentando detectar una alarma antiincendios, el sonido de decenas de ambulancias ululando o el aterrador estruendo de un caza a punto de estrellarse contra la facultad de bioingeniería, pero no alcanzo a escuchar nada proveniente del exterior. Los desesperados e ininteligibles grititos de mis compañeros de oficina me lo impiden. Algo grave ocurre y mis veintiséis horas acumuladas de neerlandés no me ayudarán a sobrevivir.

En cuestión de veinticinco segundos todo el mundo ha sido capaz de coger sus pertenencias más preciadas y abandonar con urgencia sus despachos. Temiendo seriamente por mi vida persigo a la marabunta lo más rápido que me permiten mis temblorosas piernas, probablemente camino de un refugio antiatómico, a tenor del extremo nerviosismo que se puede observar en los rostros de mis compañeros.

A medida que descendemos pisos, gente de otros departamentos se incorpora desesperada a nuestra frenética huida. Las escaleras son una poderosa cascada de científicos enloquecidos, que escapan a velocidad de vértigo de una inminente radiación de rayos gamma, o víctimas de una repentina e inesperada invasión zombi.

Llego prácticamente el último a la planta baja, convencido de que ante una posible evacuación aérea por helicóptero, mis posibilidades de conseguir una plaza junto al piloto serán más bien mínimas. Voy a morir en Gofrelandia.

Empujo con furia la puerta de salida del edificio, en busca de aire y esperanza, huyendo con pánico de la nada más absoluta, esperando encontrar bomberos, militares, guerrilleros libios, personal médico de emergencia en el exterior. La imagen que me encuentro, sin embargo, difícilmente podría ser más aterradora: la totalidad del departamento de Forestry, Nature and Landscape forma una ordenada fila junto a un adorable camioncito rosa que vende helados.

15 March 2011

Pantacas. Parte II: Transformación

Todavía sin terminar de creer el éxito alcanzado la noche anterior en el campo del arreglo y confección, decido lucir por primera vez en tierras belgas mis ya famosos pantalones de moderno.

Con sumo cuidado, introduzco las dos piernas, me subo la bragueta y coloco el cinturón, intentando no realizar movimientos bruscos que puedan causar desgarros indeseados. Una vez vestido, peinado, perfumado, dirijo mi mirada a la zona problemática, me palpo sin rubor el paquete.

Toda esa absurda maraña de hilos de mil colores sigue intacta en su sitio. Ni rastro de calzoncillos ni agujeros. Triunfo total.

Al salir por la puerta de casa, se me caen las llaves al suelo. Hay que recogerlas, y para eso hay que agacharse: primer gran reto para mi obra de sastre. Instintivamente, tratando de no provocar tempranas roturas, junto mucho mis rodillas y desciendo muy lentamente hacia el suelo, de manera completamente vertical, como intentando ocultar unas braguitas que no llevo. La imagen es extremadamente femenina. Para un observador externo, es sin duda una joven dama quien se agacha de forma tan delicada para recoger su llavero. Sigue todo en orden en el área conflictiva.

Me subo en la bici, prueba de fuego. Trato de que el movimiento de mis piernas sea mínimo, sutil, armónico. Pedaleo despacio, circulo lentamente, de nuevo con las piernas muy juntas, como protegiendo una vagina que no tengo. Me adelantan escolares, abuelas ciclistas, peatones y algún caracol. Soy una chica en bici.

El día en la universidad transcurre con normalidad, siendo lo único inusual una extraña e irrefrenable necesidad de entrar en la web de Mango cada quince minutos.

A la hora de la comida, nos juntamos como de costumbre unos cuantos para comernos nuestros insulsos bocadillos en un banquito pegado al Geoinstitute. Al sentarme, no puedo evitar cruzar mis piernas colocando el interior de una rodilla junto al exterior de la otra, situando ambas piernas en posición vertical. Por primera vez en años, como despacio y sin llenarme de migas de pan. Al terminar lamento profundamente no tener un kleenex a mano.

Al final del día, llego a casa agotado por el duro esfuerzo de contención. Me apetece inmensamente darme un baño con sales aromáticas mientras bebo un batido de fresa, pero solo dispongo de una ducha tamaño 1x1m.

Subo las escaleras de una en una, elegantemente, sin hacer ruido. Busco por toda la habitación un desmaquillador que no poseo. Enciendo el ordenador para ver alguna serie mientras me duermo. Tengo gigas y gigas, desde Generation Kill hasta The Walking Dead, pero solo me apetece ver una. Una que no tengo.

Me muero de ganas de empezar a ver Sexo en Nueva York.

13 March 2011

Pantacas. Parte I: Coser y cantar

Pocos días antes de abandonar Hispania, me compro unos pantalones verdes. Estrechos, sin llegar a ser de pitillo, con la cintura un poco baja y un inconfundible aspecto guayón, es posible que provoquen ciertas dudas sobre mi orientación sexual. Los visto con gran orgullo porque son mis primeros pantalones de moderno. Probablemente, los pantalones más espectaculares que he vestido jamás.

En la tarde de mi último día en mi amada tierra, me encuentro en la playa haciendo una encantadora sesión de fotografía parejil bajo el sol. Fotito a los pies, fotito a las sombras, fotito en las rocas, todo un clásico. Por supuesto, en las fotografías deseo aparecer con mis amados y recientemente adquiridos pantalones moderniles.

Tras cinco minutos de entrañables poses con el mar de fondo, en un inesperado alarde de innovación, decido sacarme una fotografía mientras ejecuto un atlético salto vertical, abriendo mucho las piernas y levantando los brazos como una greñuda estrella de rock ochentera. Yeah. Salto y grito, exultante al estar a punto de conseguir una originalísima e inolvidable instantánea.

En el punto más alto de mi ascenso vertical escucho un inquietante sonido procedente de mi paquete. Al llegar de nuevo al suelo, todavía sin comprobar en la cámara el resultado obtenido, dirijo mi vista sin escrúpulos a mi entrepierna. Un gigantesco boquete en mis pantalones de moderno muestra al mundo mis calzoncillos a cuadros.

Abatido por haber podido disfrutar de mis mejores pantalones durante solo unas horas, regreso a casa con el firme propósito de incluirlos igualmente en la maleta, e intentar poner solución al asunto ya en mi destino.

Semanas después, y tras un absurdo intento de remediar el problema con pegamento ultra-fuerte, decido ponerme manos a la obra y recuperar mi admirada prenda. Cojo hilo, una aguja, un flexo. El objetivo está más que claro: hacer desaparecer ese cráter de medio palmo presente en la zona calzoncillar.

La imagen es inexplicable, grotesca: yo mismo sentado en una cama, con cincuenta centímetros de hilo en una mano, una aguja en la otra, unos pantalones desgarrados frente a mí, más confundido que después de ver un episodio de The Wire.

Doy punzadas al azar. Ni siquiera sé si se llama punzadas a eso, pero suena bien. Paso el hilo por delante y por detrás, de fuera a dentro y de dentro a fuera, muchas veces, sin seguir ningún orden ni pauta concreta. Como la tela es gruesa y necesito hacer fuerza considerable para atravesarla con la aguja, me ayudo con un mechero. Muy profesional.

Me pincho, repetidas veces, pero me da igual: estoy cosiendo. Cuando se me termina el hilo, me doy cuenta de que lo he pasado en grande. Quién necesita salir a tomar cervezas teniendo agujas, hilos y pantalones desgarrados. Decido repetir el proceso, aunque sea con hilo de otro color. Vuelvo a dar punzadas absurdas, de derecha a izquierda y al revés, esta vez con hilo marrón. Me encanta coser. Cuando se termina el hilo marrón, cojo el azul, y después el blanco.

Una hora después, observo satisfecho mi obra. Hilos de todos los colores salpican de forma completamente aleatoria la parte destinada a cubrirme la entrepierna. Con cierto temor realizo una prueba manual de esfuerzo y compruebo que el arreglo resiste sin problemas mis estirones. Acabo de convertir la zona del paquete en el área más invulnerable de mis pantalones de moderno.


27 February 2011

Papel del culo

Tras horas de frenética búsqueda, cinco días después de mi llegada a Gofrelandia, encuentro por fin alojamiento decente: habitación grande, con dos enormes ventanales cubiertos por cortinas rojas, paredes pintadas color natilla, una cama solo apta para tallas XS y hasta un grifo del que probablemente hable más adelante.

La dueña, una enfermera soltera a punto de jubilarse, me habla de las bondades de este barrio repleto de estudiantes internacionales y mercadillos de fin de semana al tiempo que me muestra un contrato en el que aparece una cifra mensual bastante razonable, visto lo visto.

A punto de estampar la firma, no obstante, me sorprende con un anuncio inesperado. Además del precio convenido, la mujer me informa de que suele pedir a los inquilinos un suplemento de 20 euros mensuales destinados a cubrir los gastos de elementos básicos de una casa como el papel higiénico, las bolsas de basura, el jabón para las manos y el de fregar los platos, etc. Es una cantidad que, además, suele pedir toda junta, y por adelantado, a poder ser. Sin pensar demasiado, acepto el trato y pongo mis iniciales en el papel, deseoso de escapar cuanto antes del estresante albergue juvenil.

Más tarde, haciendo números, me percato del gran negocio que supone para la señora estos 20 euritos mensuales (o 120 euros totales, teniendo en cuenta que el contrato lo firmo para 6 meses de estancia).

Considerando que la mayor parte de esos 120 euros totales van a ser destinados a comprar papel higiénico (papel del culo, a partir de ahora), ya que mi consumo (y el del resto de inquilinos) de Fairy y bolsas de basura es ínfimo; sabiendo además que un paquete de rollos de papel del culo cuesta 1,75 euros (Carrefour), que uno de estos mencionados rollos tiene una longitud total de 40,8 metros (Colhogar), y un peso neto de 115,3 gramos, las comparaciones y cálculos absurdos no pueden hacerse esperar. Ahí van unas cuantos.

  • Colocando uno encima de otro todos los rollos de papel del culo que me corresponden para los próximos seis meses, se podría alcanzar una altura similar a la de un edificio de 31 pisos (96 metros)
  • Teniendo en cuenta mi frecuencia habitual, cada vez que me limpio el culo podría emplear 142,6 metros de papel sin temor a sentir remordimientos por estar utilizando más de lo que me corresponde
  • Transformando a unidades de masa el total de papel del culo que me corresponde, obtenemos que en los próximos seis meses habré utilizado una cantidad sorprendentemente cercana a mi masa corporal (73,792 kilogramos)
  • Considerando la cantidad de papel del culo que me corresponde, y que mi estancia aquí está previsto que sea de seis meses, el ratio de consumo debería ser de 5,925 metros de papel del culo por hora. O lo que es lo mismo, 1,645 mm/seg
  • Hablando en términos de superficie, si desplegáramos sobre el suelo todo el papel del culo que me corresponde para los próximos seis meses, ocuparíamos un área similar a la de 9 canchas de baloncesto reglamentarias (3840 metros cuadrados)
  • Considerando el ratio de consumo previamente calculado, en el tiempo que has dedicado a leer este post, yo debería haber empleado una cantidad de 26,61 centímetros de papel del culo.
Los cálculos están disponibles, por si hay alguien interesado.

22 February 2011

Principales preocupaciones


Principales preocupaciones de los españoles, en general.

Fuente: Centro Investigaciones Sociológicas, 2010



Principales preocupaciones de los españoles (considerando únicamente mujeres con algún hijo en el extranjero).

Fuente: elaboración propia



Principales preocupaciones de los españoles (considerando únicamente hombres con algún hijo en el extranjero).

Fuente: elaboración propia

10 February 2011

Primero las buenas

Buenas noticias sobre Leuven
  • El ratio de pastelerías por habitante es de 1 por cada 10. Vivo en una ciudad con permanente olor a gofre recién hecho.
  • El 99% de la población tiene menos de 26 años.
  • El animal sagrado no es la vaca ni el cerdo, sino la bici.
  • Existen establecimientos con un surtido superior a los 250 tipos de cerveza.


Malas noticias sobre Leuven
  • El Sol no existe. Ni está, ni se le espera.
  • La forma correcta de comerse un gofre es sin chocolate ni nata. Solo azúcar.
  • El neerlandés es indescifrable.
  • Mi cerveza favorita es una cerveza de chicas.

04 February 2011

Einstein y Severine

La experiencia de vivir en un albergue confirma la Ley de la Relatividad Especial de Einstein, pero al revés: lo que para un observador externo han sido únicamente 72 horas, para un sujeto interno parecen haber transcurrido 3 semanas.

Al amanecer, en la sala común, con aroma a café de máquina en el ambiente, armados todos con nuestros potentes ordenadores portátiles, la situación difícilmente podría ser más absurda. Somos diez personas buscando un lugar donde vivir/penar los próximos seis meses de nuestras vidas. La página web que nos ha proporcionado a todos la universidad anuncia únicamente ocho cuartos libres. Es la ley de la selva. El juego de las sillas, pero con habitaciones.

Todos llamamos desesperadamente, en órdenes aleatorios, de manera individual, a los mismos números, hablamos con los mismos propietarios, que nos proporcionan idéntica información y nos citan a diferentes horas del mismo día.

Todo el mundo se saluda por los pasillos, se pregunta e interesa sobre cómo ha ido el día de búsqueda, finge alegrarse cuando el otro ha conseguido un appointment con uno de los propietarios, aplaude y da la enhorabuena cuando alguien encuentra por fin residencia, cuando lo que desea es estrangular al hijo de perra que ha conseguido localizar a la zorra de Severine Dewerpe.

Al caer la noche, los derrotados, la gran mayoría, con un mínimo de siete noes a sus espaldas y un par de firmas de contrato en sus heladas narices, regresa a la zona común, al abrigo de la red inalámbrica y en compañía del resto de seres desamparados, con la esperanza de que al día siguiente haya, al menos, cinco minutos seguidos de sol, o de que alguno de sus compañeros de búsqueda haya decidido zamparse un bote entero de somníferos. Con siete habitaciones para ocho candidatos, los probabilidades aumentan de forma considerable.

01 February 2011

Gofres

En Bélgica comen gofres, muchos gofres, a todas horas. Se los toman con cerveza, cerveza belga, claro.

Los únicos equipos de fútbol que conozco son el Anderletch, el Standard de Lieja y el Racing de Genk. No sabría decir quién ganó la última liga, ni mencionar a ninguno de sus jugadores. Supongo que Lukaku jugará en alguno de ellos.

Si me pongo a pensar en belgas famosos, solo me vienen a la cabeza las tenistas Henin y Clijsters, el ciclista de los setenta Eddy Merckx y Tintín. Una rápida consulta a Wikipedia me recuerda que mi admirado Jean-Claude Van Damme también proviene de este exótico país europeo.

Sospecho que Bruselas ejerce de capital de la Unión Europea, y que en ella se encuentra el importante Parlamento Europeo (¿o la Comisión Europea quizás?). Ahora que lo pienso, sería capaz de afirmar con un 60% de seguridad que el presidente de uno de estas prestigiosas instituciones es también belga, un tal Van Rumpuy. Otro belga famoso.

Según me han comentado, en Francia, cuando quieren llamar "tonto" a alguien, dicen de él que "debe ser belga".

La única música belga que he escuchado es la de dEUS. Y cantan en inglés.

En Bélgica, las calles están llenas de flamencos.

Estos son todos mis conocimientos sobre Bélgica a día de hoy. Más que suficiente, probablemente, para sobrevivir allí durante como mínimo los próximos seis meses.

19 January 2011

Diez

Al empezar un año nuevo, la gente suele marcarse propósitos para los siguientes 365 días. Adelgazar, aprender inglés, ya sabéis.

Personalmente, me parece un poco precipitado intentar arreglar tu maltrecha vida en solo un año. Mucha presión, poco éxito. Por ello, y aprovechando que estrenamos decenio, me planteo diez ambiciosos propósitos para la próxima década. De obligado cumplimiento.

Me comprometo a volver justo aquí dentro de diez años y evaluar mi desempeño en los próximos 3650 días. Los de "conseguir un trabajo que me guste", "encontrar una chica que me quiera" y "engendrar un hijo que me soporte" no aparecen en la lista al considerarse menos importantes y por lo tanto, secundarios (se intentará en la próxima década).

Ahí van.

1. Seguir escribiendo en PolitonoDragostea. Este es imprescindible. Si no lo cumplo, no podré disfrutar del placer de restregaros mi enorme éxito por todas vuestras cibernéticas caras.

2. Decidir si soy fumador o no. Pongamos fin a esta eterna ambigüedad. O fumo, o no fumo. Ya vale de gorronear millones de dólares anuales en tabaco ajeno.

3. Aprender a sacar en el pádel. Empiezo a dominar los entresijos de este deporte que no te hace sudar, pero sigo sacando con la misma técnica que emplea una niña de once años. Mis compañeros de partida sufren para aguantarse la risa, no miento. Me doy diez años, pero sé que llegaré justo.

4. Limpiarme a fondo los codos. Me considero una persona limpia, me ducho a diario. Aún así, hay quien considera que tengo los codos roñosos, que no los froto suficiente. Como si los codos fueran parte esencial en las relaciones humanas. Pero me comprometo a limpiarlos mejor, venga.

5. Dejar de masticar bolis. Esta es la más sencilla de cumplir. Dentro de diez años, no morderé bolis porque he conseguido quitarme el vicio, o porque he conseguido quedarme sin dientes.

6. Abrir, por lo menos una vez, una caja de herramientas. Teniendo en cuenta que existe cierta posibilidad de que alguna vez me convierta en un padre de familia, añadiendo además que soy ingeniero industrial, debería al menos saber qué demonios hay allí dentro.

7. Aprender a utilizar Spotify. Es el futuro, me dicen. Te puedes crear listas, y tal. Luego las compartes, y mola, insisten. Perezón máximo solo de pensarlo.

8. Dejar de consultar con puntualidad semanal las estadísticas de todos los jugadores ACB al completo. No cal. No cambia mi vida en exceso si dejo de saber que San Emeterio ha hecho 21 de valoración contra el Fuenlabrada.

9. Terminar de ver La Naranja Mecánica. No la soporto, me parece soporífera, pero si en los próximos diez años aspiro a convertirme en un moderno en condiciones, estoy obligado a disfrutar y hablar maravillas de esta sublime obra maestra.

10. Conocer dónde están las luces antiniebla del coche. No puede ser que año tras año el mecánico de la ITV tenga que recordarme que las tengo a escasos diez centímetros de mi mano derecha.

Hablamos en diez años, pues.

05 January 2011

Mariah Carey

He googleado mi nombre decenas de veces, a ver qué salía. Nunca encontré nada que tuviera que ver lo más mínimo conmigo. Para Google, mis logros en esta vida no existen. Ni una sola mención a mi aplastante victoria en el Primer (y Único) Certamen de Cartas de Amor (en Inglés) del Instituto Matilde Salvador (1999). Ni un solo resultado para mi prestigioso título de Campeón del Torneo de Baloncesto 3x3 del Cuarto Campus Juan Antonio Orenga (2000). Nada de nada.

Me googleo ahora mismo y los resultados siguen siendo decepcionantes. El primero de ellos hace referencia a un mediocre miembro de la Associació d'Artistes Plàstics de Premià de Mar, que obviamente no soy yo.

El segundo de ellos nos lleva hasta el insulso blog de un tipet de Alicante obsesionado con las series manga y los videojuegos para adultos. No se puede ser menos yo.

El tercer enlace me manda a un perfil de Facebook cuyo dueño es fan al mismo tiempo de Mariah Carey, Sé lo que hicisteis y la saga Saw. Merece morir.

Y así sigue la cosa.

No entiendo a Google. ¿Por qué me ignora? ¿Por qué me obvia, me pasa de largo? ¿Son escasos mis méritos hasta la fecha, acaso? ¿Hasta dónde tengo que llegar, para existir en este universo googleiano?

Y lo que es aún más desconcertante, ¿por qué al buscar la palabra "biosecado" en Google/Imágenes, aparece en decimotercer lugar una fotografía mía sin afeitar?

03 January 2011

Paquetería Stalin

Manejaba con dificultad las cuatro operaciones matemáticas básicas y leía únicamente los titulares gruesos de la prensa deportiva.


La ocasión en que más cerca estuvo de la Unión Soviética fue en el viaje a Andorra del verano de 1973, en el que compró un transistor a pilas y galletas de mantequilla.


Detestaba la ensaladilla y no llevaba bigote.


El abuelo murió sin haber aclarado jamás por qué le había puesto a su mercería el nombre de Paquetería Stalin.