Hay gente que tiene la lengua muy larga. Personas que se envalentonan, y si no les paras, te pueden relatar con el más mínimo detalle el color y textura de su última deposición.
En el sitio donde trabajo los fines de semana hay un vestuario. El tiempo que pasamos cambiándonos en el vestuario de chicos no supera los seis, siete minutos. Las conversaciones, cortas y fragmentadas, suelen girar en torno a el trabajo en sí, o la Fórmula Uno.
Desde hace una semana, esto ha cambiado. Un simpático personaje ha aparecido en nuestras vidas para amenizar esos momentos en los que cambiamos nuestras zapatillas sucias por unos zapatos relucientes.
El primer día, en cuestión de cuatro minutos (exactos, de reloj), supimos que el bueno de Enrique (nombre ficticio) estaba divorciado, que su mujer le había denunciado por malos tratos -injustamente-, y que sus hijos pensaban que estaba muerto.
¿Demasiada información?
¡Demasiado poca!, debió pensar el bueno de Enrique. Solo así se explica que en el segundo día que apareció por el vestuario fuera capaz de relatarnos con todo lujo de detalles cómo un travesti practicó tres felaciones consecutivas a él mismo y dos colegas más colocados en fila india.
¡Y cómo la chupan los travestis, colega!, nos ofreció, a modo de despedida.
¿Qué será lo próximo? ¿Nos comentará que le va la coprofagia? ¿que fue él quien se cargó a Miguel Ángel Blanco?, ¿que tiene tres testículos?