09 November 2011

Papas del Mercadona

Imagínate que acudes al médico porque estás constipado. Tienes mocos, toses, te duele la garganta y sientes que tienes fiebre. Te sientas en la consulta y le cuentas al especialista lo que te ocurre, esperando que de forma rápida y eficaz te ofrezca alguna solución. De forma inesperada, el doctor te responde con un resignado:

- Es que si tú no te has abrigado convenientemente, yo ya no puedo hacer nada.

Algo similar ocurre en mi universidad con el perverso Servicio de Informática.

El Servicio de Informática de mi universidad está ubicado en un misterioso despacho de la planta baja de la facultad de Ciencias Experimentales y Tecnología. Los cristales de la puerta de este despacho están completamente sellados desde el interior con folios en blanco pegados con cinta adhesiva. Ningún cartel indicativo informa sobre lo que hay en el interior de enorme y aparentemente vacío despacho. Desde fuera, cualquiera podría afirmar que se trata de un simple almacén repleto de cacharros viejos que nadie utiliza desde hace mil años. Los escasísimos afortunados a los que se les ha permitido la entrada a este impenetrable búnker han podido comprobar lo que allí dentro se cuece: nueve hombres –solo hombres- que no despegan ni siquiera durante un segundo la nariz de una pantalla de plasma, ridículas fotos de ellos mismos con gorritos de fiesta colgadas en corchos medio podridos, un inquietante zumbido constante y cierto aroma a papas del Mercadona.

Cuando la universidad le asigna a un trabajador un ordenador nuevo, el perverso Servicio de Informática ofrece dos alternativas:

a) No disponer de privilegios de administrador en dicho ordenador (opción por defecto). En ese caso, para absolutamente cualquier operación que vaya a modificar mínimamente la configuración de la computadora, se deberá avisar a un informático para que lo haga. Incluso para borrar un puto acceso directo del escritorio, el informático deberá venir a meter una clave.

Como esta alternativa es un coñazo nivel máximo, se ofrece la opción de:

b) Disponer de privilegios de administrador en el ordenador. En este caso, el perverso Servicio de Informática asume que el usuario es completamente responsable de su máquina, y que cualquier percance que ella sufra deberá ser resuelto por él mismo. Se lava las manos el jodido y perverso Servicio de Informática.

Al hacerme entrega del nuevo ordenador (hace ya ahora dos meses), necesito que se me instalen ciertos programas informáticos. Además, preciso que se configuren de forma correcta las impresoras del departamento, no puedo imprimir nada. Quiero hacer cientos de fotocopias fraudulentas para uso exclusivamente personal y no se me permite, es una vergüenza.

Solicito la instalación de los programas y también el tema de las impresoras. Transcurren semanas y allí no viene nadie. No puedo trabajar, no puedo avanzar. Me canso de leer elpais.com y de ver montajes chorra con memes.

Pido ser administrador (o lo que es lo mismo, caigo en la trampa, acepto el chantaje). Al ser administrador, instalo mis programas –correctamente-, empiezo a poder hacer algo.

Escasos días después, aparece de forma sorprendente un simpático informático por el despacho que comparto con otras tres jovenzuelas. Viene a solucionarme el tema de las impresoras. Casi lloro al escuchar estas palabras.

Tras sentarse en mi sitio, pregunta al instante, con una media sonrisa en la cara e incorporándose de nuevo:

- ¡Ah, pero si eres administrador!

Dirigiéndose de nuevo a la puerta de salida, con aparente intención de no regresar por allí jamás, respondiendo con simpatía a mi expresión estupefacta:

- Es que si eres administrador, yo ya no puedo hacer nada…

En la soledad de mi vida sin impresoras, empiezo a comprender lo que miran fijamente en sus pantallas los profesionales del perverso Servicio de Informática dentro de su ignoto despacho: las estadísticas del personal universitario que solicita adquirir privilegios de administrador. Cada nueva solicitud equivale a decenas de horas de trabajo menos anuales. Con cada nueva solicitud, se escuchan gritos exultantes provenientes de aquella planta baja. Carcajadas, gemidos de placer, abrazos efusivos. Un pringao más que acepta el chantaje y cae en la trampa del perverso Servicio de Informática de mi universidad.

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