La noche anterior le cuesta mucho dormirse sólo de pensar en el partido de fútbol del patio.
Por la mañana no le despierta su madre, sino que un aparato con números rojos escupe de repente noticias que hablan sobre gente mayor. No hay bocadillo de Nocilla esperándole en la mesa de la cocina y la mochila pesa exageradamente menos de lo habitual.
En el autobús del colegio no reconoce a ninguna de las cincuenta y cuatro personas que están bostezando al mismo tiempo, y se sorprende mucho al ver que pasa de largo de su colegio y lo lleva a un edificio mucho más grande. En los pasillos nadie grita ni corre, y no le llega por ningún lado el olor a puré que comerán los niños que se queden al comedor.
Se queda con la boca abierta al comprobar que sus compañeros de clase son mucho más gordos y calvos de lo que eran antes del verano; ni recordaba tampoco que les gustaran tanto las camisas a cuadros.
La profesora que tanto le gustaba, encima, se ha convertido en un chico de la edad de su hermano, pero con más cara de malo.
Abre su mochila, y no hay rastro por ningún lado de los rotuladores Carioca, ni del Plastidecor color carne que tanto le había costado robar el año pasado, ni de la pelota del patio, ni siquiera de las tijeras con punta redondeada.
Levanta la cabeza y mira a su alrededor. No sabe donde está.
Por la mañana no le despierta su madre, sino que un aparato con números rojos escupe de repente noticias que hablan sobre gente mayor. No hay bocadillo de Nocilla esperándole en la mesa de la cocina y la mochila pesa exageradamente menos de lo habitual.
En el autobús del colegio no reconoce a ninguna de las cincuenta y cuatro personas que están bostezando al mismo tiempo, y se sorprende mucho al ver que pasa de largo de su colegio y lo lleva a un edificio mucho más grande. En los pasillos nadie grita ni corre, y no le llega por ningún lado el olor a puré que comerán los niños que se queden al comedor.
Se queda con la boca abierta al comprobar que sus compañeros de clase son mucho más gordos y calvos de lo que eran antes del verano; ni recordaba tampoco que les gustaran tanto las camisas a cuadros.
La profesora que tanto le gustaba, encima, se ha convertido en un chico de la edad de su hermano, pero con más cara de malo.
Abre su mochila, y no hay rastro por ningún lado de los rotuladores Carioca, ni del Plastidecor color carne que tanto le había costado robar el año pasado, ni de la pelota del patio, ni siquiera de las tijeras con punta redondeada.
Levanta la cabeza y mira a su alrededor. No sabe donde está.