12 January 2010

Un día normal

Me levanté a las diez menos cuarto de la mañana, sin resaca, sin sueño.
Desayuné una taza de café con leche frío, dos tostadas con aceite de oliva y sal, en la terraza, leyendo la sección de deportes del periódico de dos días antes.
Me puse el bañador azul oscuro cruzado por rayas verticales de colores, la camiseta amarilla y verde del nuevo ídolo mundial del atletismo y una gorra granate con una estrella dorada dibujada en el centro.
Metí un libro de Javier Cercas en una mochila azul cielo, compré el periódico de ese mismo día -que incluía un suplemento de cine y música- y pedaleé durante veinte minutos hasta un moderno chiringuito de playa.
Allí me esperaba -trabajando- un amigo. Me invitó a un enorme granizado de café con horchata y hablamos de cosas sin importancia mientras de fondo sonaban grandes éxitos de Robbie Williams.
Poco después, me tumbé en una hamaca acolchada, me puse unas gafas de sol y leí durante una hora y media el libro, los suplementos de música y cine, el periódico, mezclándolos caprichosamente sin ningún orden en particular.
Aguantaba minuto a minuto las ganas de meterme en el agua. A mi derecha, una joven sudamericana hacía top-less junto a sus amigos; a mi izquierda, una familia de franceses me preguntaba la hora con un castellano graciosísimo.
Sudaba, hacía calor.
Recordar un día normal de verano, en un día cualquiera de invierno, me produce un dolor casi físico.

1 comment:

bluebones said...

Creo que en estos momentos incluso cualquier día del otoño lo recuerdo como el mejor puto día de mi vida...