01 January 2010

Negocios

A mi derecha: tiene barba, muy mal afeitada, el vello irregular le cubre por completo las mejillas y parte del cuello. El pelo, largo y preocupantemente sucio, tiene el mismo color que su genérica y desgastada chaqueta de chándal con el logo de su segundo grupo de música gótica favorito. En su mano izquierda, un roído bocadillo de jamon de york y queso de untar que asoma desde una deforme bola de papel de aluminio, amenaza con llenar de migas de pan su valiosísimo documento de Química I. Tiene claras dificultades para comunicarse con la chica de reprografía: es como si de su boca únicamente pudieran salir disparados caracteres sms.

A mi izquierda: ellas son guapas, bajitas, hablan a gritos, llevan bufanda, comen chupa-chup, ríen al unísono, todo igualito. Tontean con el hermano o primo o amigo mayor de uno de sus hermanos o amigos o primos de su edad. El peludo de reprografía duda si tirarles el USB prestado a los ojos de las locuaces jovenzuelas.

Les odio. Me hacen perder el tiempo. Solo tengo siete folios y solo quiero una copia. Me hacen sentir mayor.

Entrego mis papeles sin pronunciar palabra: así es como hacemos negocios la gente mayor. Reprografía; papeles; fotocopias. Es fácil.

Durante los cuarenta y cinco segundos de espera, observo con indignación el infantil comportamiento de los muchachos que me rodean. Pringaos a babor y chonis a estribor; qué infierno.

Con mis fotocopias listas en la mano, el empleado de reprografía y yo completamos la transacción, en silencio, sabiendo lo que hacemos, como adultos. Antes de marcharme, quiero agradecerle al hombre un trabajo bien realizado. No me percato de que una enorme esfera de mucosa cuasi-sólida se ha adherido de forma traicionera a la parte interior de mi garganta.

- Gracias - digo en voz alta delante de toda la chavalería con un tono de voz muy similar al que empleo al cantar junto a Dexter Holland en el coche. Mi primito de siete años habría parecido un leñador siberiano a mi lado. Las sonrisas, miradas y cuchicheos no se hacen esperar. Me rindo; nunca dejaré los trece años.


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