Atención, hay spoilers.
Imagínate que el fútbol se va a terminar para siempre. Sí, el fútbol, el deporte. Para siempre. No más Agüero, Pirlo, Jose María Gutiérrez o Paco Buyo. El fútbol se acaba, sorry.
No más Castalia, ni más Anfield, ni más Calderón. Fin.
No más "Michel maricón" ni "Tabares proxeneta".
No más Fiebre Maldini, ni Segurola, ni Carrusel (este es otro tema).
¿Cómo te tomarías un partido de fútbol... que supieras que va a ser el último partido que verás en tu vida? El último, sí, The End.
¿Cómo vivirás los últimos córners, saques de puerta, tiros al palo, patadas en la espinilla y balonazos en los huevos?
¿Te importaría que el árbitro le anulara un gol a tu equipo? ¿Que no hubiera prácticamente ocasiones? ¿Te quejarías si el estadio estuviera vacío? ¿Si todo acabara 0-0?
Así viví yo el último episodio de Lost.
Sabiendo que no se resolvería prácticamente ninguna de las incógnitas planteadas (electromagnetismo, iniciativa Dharma).
Asumiendo que no volverían muchos de mis personajes favoritos (Mr Eko & the Bunnymen).
Con otros de mis personajes predilectos convertidos en pringados (Sawyer), en zumbados (Sayid), o ridículamente mangoneados (Ben).
Sin prácticamente emoción (a pesar de peleas con cuchillo en montañas resbaladizas) y excesivo pasteleo (gallina en piel y lagrimilla en ojo con la re-aparición de Juliet).
Pero disfrutando. Disfrutando a saco de cada saque de banda, de cada balón al lateral de la red, de cada fuera de juego y de cada sonido de silbato. ¡Son los últimos!.
El último episodio de Lost fue un 0-0. Un 0-0 trabado, bronco, aburrido, con errores arbitrales, varios expulsados y ocasiones mínimas.
Un 0-0 en la Final de un Mundial, de un puto deporte que nadie volverá a jugar jamás.