19 August 2010

Verano sin sexo (Episodio Piloto)

El simpático protagonista de esta nueva sitcom a la española no es tan pringado como el chico morenito de How I met your mother, pero casi. Tiene más de veinticinco (años), prácticamente ha agotado ya todas sus opciones en cuanto a posibles cortes de pelo y, como al 95% de tíos de su generación –solteros o casados-, le apetece conocer a una chica divertida, razonablemente atractiva, y que entienda, al menos, uno de cada diez chistes basados en comedias costumbristas españolas protagonizadas por Alberto San Juan.

Sus amigos son conscientes de esta situación; se preocupan por él, y consecuentemente le llevan a fiestas concurridas, le presentan a chicas con dos brazos y piernas, mienten a la gente en general sobre su portentosa e innata capacidad sexual.
Esta dinámica lleva al protagonista a encontrarse ocasionalmente con inocentonas citas regadas con cerveza barata, que en el mejor de los casos, concluyen con un graciosísimo choque de manos, o dos castos y monjiles besos en la mejilla.

En el episodio piloto, el joven se encuentra en una aburrida discoteca de moda de su localidad de origen, sin bailar, en compañía de un amigo que le iguala el nivel de alcohol en sangre. El objetivo de la noche es claro, concreto: encontrar de forma completamente casual a una chica con la que el protagonista ya ha compartido cervezas, cigarros, películas favoritas y discos de la adolescencia durante, atención, tres citas que, acumuladas, alcanzan la escandalosa cifra de siete horas en total. Una vida en común. (En una de ellas, ojo, consiguió incluso que la moza le rozara por error la rodilla izquierda con una uña). Una vez encontrada y convenientemente saludada, que Barceló haga el resto, memoriza como un mantra el dicharachero prota. Hay que calentar la situación, esa es la clave del asunto.

Tras horas de infructuosa búsqueda acompañada de abundante ingesta, ya más que resignado a la no aparición de la chica en cuestión, inmerso en un acalorado debate sobre la recientemente comunicada convocatoria de la selección nacional para el próximo Mundial de fútbol, ella aparece. Sonríe enseñando solo los dientes de arriba, es guapa casi al nivel de Blanka Vlasic y suele excederse de forma adorable con la cantidad de rímel empleada.
Se acerca. El saludo es tosco, forzado, escandalosamente antinatural. La conversación no avanza, quedándose atascada entre quetales, dondehabéisestados y quemierdademúsicas. Las acompañantes de la muchacha, además, deciden no cooperar: se limitan a observar la escena con sonrisa rancia y mirada de hastío; tantísimos hombretones les han pretendido en las horas previas, fíjate tú.

Derrotado momentáneamente, el joven regresa bajo la protección del comprensivo colega (posible candidato para futura spin-off), quien le consuela con frases del tipo "no ha estado tan mal, hombre", "he visto como la chica se reía un momento" o "por lo menos no se te ha caído el cubata". La situación sigue fría, encallada, aburrida; las siete horas de conocimiento mutuo previo parecen no haber servido para absolutamente nada.

Es este el momento en el que nuestro ya querido personaje televisivo decide provocar un importante cambio de rumbo en la situación, coger el toro por los cuernos, poner toda la carne en el asador. Hay que pillarla desprevenida, concluye. Sorprenderla, fascinarla con un despliegue oratorio sin precedentes. Decirle de una vez por todas todo lo que le gusta de ella, que le apetece besarla, ahora mismo, delante de todo el mundo, sin esperar a que se atreva a tocarle un codo o a que le regale un CD.

Sabe lo que tiene que decirle. Lo ha ensayado un poquito, en casa, delante del espejo del armario. En su mente suena genial, brillante, irresistible, cómico a la par que sensual y conmovedor. No puede fallar.

Veinte minutos después del lamentable saludo, azuzado de manera excesiva por su compañero de vivencias, arranca en dirección a la joven apartando con los dos brazos a todo el que encuentra a su paso.

Desde su privilegiada posición junto a la puerta de salida del local, ella lo ve acercarse a una velocidad excesiva, provocando caídas de cubatas y quemaduras de cigarros; su mirada es una mezcla de aturdimiento y pánico absoluto: está descontrolado.

Al alcanzar su posición, nuestro amigo ha olvidado completamente lo que tiene que decir. La mueca que se observa en su cara podría considerarse casi cualquier cosa excepto sonrisa amistosa. Suda abundantemente, le tiemblan las manos más que a Alfredo di Stefano y tiene un novedoso tic en el párpado izquierdo. Es un demente.

La coge de las manos, sí. Evidentemente, ella está aterrorizada ante lo que se le viene encima. Aprieta los labios y entorna los ojos, procurando que, en caso de repentino desmayo, no le caigan los 72 kilogramos que tiene delante encima.

Nuestro prota abre la boca para decirle "me gustas". No se lo dice una vez, no, sino muchas, muchísimas. Abundantes "me gustas", acompañados también de algún que otro "me molas" y ciertos "me has molao a saco". Es una lástima que no haya un notario cerca, porque probablemente esté batiéndose la plusmarca europea de soltar la expresión "me gustas" en el menor tiempo posible; difícilmente podrían combinarse estas dos palabras de manera más ridícula y aterrorizante en un menor lapso de tiempo.
La chica, aturdida bajo el incontenible caudal de "meses" y "gustases", preocupada por la salud de su interlocutor, quien parece haberse convertido en una versión modernilla de Rocío Dúrcal, por supuesto con la libido por los suelos, es incapaz de articular respuesta, ya que no existe espacio alguno entre el inacabable torrente de declaraciones amorosas que se le viene encima.

- No te preocupes, ya volveremos a quedar – miente ella.

Al borde del colapso mental, con la boca reseca y medio litro más de sangre en la cabeza que en condiciones normales, el joven, al que a partir de ahora llamaremos Jim, sale del local. Dudando entre meterse en un contenedor para pasar el resto de la noche o escabullirse bajo una alcantarilla, Jim murmura para sí mismo:

- Este verano promete.

Próximamente, en la Fox.

1 comment:

bluebones said...

Una vez en un sueño yo le decía a la tía que me molaba acerca del novio que hacía poco se acababa de agenciar (en el sueño):

- Deja de estar con él, está conmigo.

"Está" como imperativo del verbo estar... vale que es un sueño, pero en la realidad no sé yo si no le habría soltado lo mismo si hubiese tenido la oportunidad...

Esto por comentar cosas raras a la hora de ligar y tal...