20 August 2010

Verano sin sexo (Episodio Uno)

El protagonista (Jim, recordemos) se encuentra al iniciarse el capítulo de hoy en una situación que podría calificarse de idílica: la playa, desierta, verano, temperatura templada, al anochecer. Cervezas frías y algún canuto. Una chica sentada al lado, sobre una toalla traída por él mismo, que le ríe las gracias. Aunque Jim no conoce la voz real de Audrey Hepburn, piensa que no debe ser muy distinta al sonidito que sale del centro de esos morretes. Asegura que le gustan The XX.

(Mediante un escueto flashback se aclara de qué manera ha podido llegar nuestro protagonista a semejante y erótica situación: conoce a la chica en una fiesta, pocas semanas atrás; hablan; se caen bien; se dan los móviles, además de unos cuantos besos detrás de una palmera de estatura mediana. Esta vez sí que sí, se anima Jim de regreso a casa)

Regresamos a la playa, donde aparentemente todo va sobre ruedas. De manera sorprendente, la conversación ha avanzado a pasos agigantados, pasando de las habituales anécdotas acaecidas en albergues europeos a asuntos de mayor interés personal, inéditos en citas con otras muchachas. Lo están pasando bien.

Sutilmente, Jim inicia un movimiento de acercamiento en dirección a la joven. La velocidad es tan baja que resulta prácticamente imperceptible para el ojo humano si no se utiliza la cámara ultralenta empleada en el Mundial de Suráfrica. Horas después, nuestro querido amigo se encuentra a escasos centímetros de su cuerpo.

Por supuesto, lleva un tiempo considerable valorando cuál puede ser el mejor momento para acercarse a besarla, porque eso ha de ocurrir sí o sí (no?). Ya descartado el momento inicial del encuentro por considerarlo demasiado precipitado, y ya habiendo dejado pasar alguna que otra situación favorable (miradas de nubes, simpático cachete en la mejilla), Jim se encuentra simplemente recreándose en el momento, permitiéndose el lujo de alargar la situación como quien contempla un Sugus sin comérselo después de haberle quitado el papelillo ese transparente. Preliminares are important.

Brillan, bailan y se esconden las estrellas, empujadas por las nubes bajas y el THC. Los silencios no son incómodos y el arrepentimiento por haber acudido a la cita con solo un litro de birra es mínimo. Las posibilidades de éxito son del 110 %. ¿Deberá comenzar a emitirse la serie en horario de madrugada a causa de su erótico contenido?

Jim se anima. No quiere que se le pase el arroz. Si deja pasar un minuto más, quizás sea demasiado tarde, le entre a la chica un poquito de frío, aparezca una manada de mosquitos, etcétera. Es hora de besar.

Se saca de la manga una sentencia mágica, inspiradora, anunciadora del beso que se va a producir pocos instantes después. La frase es recibida con timidez, sonrisa inocente, encogimiento de hombros y dilatación de pupilas. Ha acertado de pleno.

Jim acerca su rostro al de la joven, despacio, con una cómplice media sonrisa que lo dice (prácticamente) todo. Posa sutilmente su mano izquierda sobre su mejilla y besa a la chica cerca del oído, convencido de que tan excitante demostración de capacidades amatorias provocará en ella la irremediable voluntad de lanzarse a mordisquear sus previamente humedecidos labios. A Jim le parece oir vítores similares a los que se escucharon tras el gol de Iniesta, allá a lo lejos.

El primer beso no provoca el efecto deseado. En el rostro de ella se conserva la tímida sonrisa, pero no se ha producido el deseado movimiento de acercamiento labial, probablemente a causa de la sensibilidad extrema con la que se ha producido el mencionado beso, quizás confundido por ella con una agradable brisa marina o el aleteo de algún misterioso animal nocturno playero.

Jim decide insistir con la alternativa mejillil, convencido de que esa es la óptima estrategia a seguir en situaciones que combinan playas, estrellas, nubes y porros. Lanza un segundo beso, a mitad camino de la oreja y sus labios, esta vez sonoro, algo más húmedo que el anterior, incrementando la sensación de cercanía mutua ayudándose de la mano todavía situada en la mejilla contraria. Ahora no puede haber confusión alguna: es un beso y no un bicho.

El segundo beso tampoco provoca el efecto esperado. La mirada de la muchacha sigue siendo en dirección frontal y no hacia los chorreantes morros de Jim; sus cejas se han levantado ligeramente; la timidez que demostraba su sonrisa podría ser interpretada a su vez por el espectador como preocupación o aturdimiento (sonido de risas enlatadas).

Nuestro protagonista, ajeno completamente a la realidad, todavía forzándose a ignorar lo que es más que evidente, recordando la extrema sofisticación demostrada por su joven compañera de toalla minutos antes, regala un beso a la chica en plena nariz hepburniana, tras considerar en décimas de segundo que el exotismo de este cariñoso gesto posiblemente pueda tener más éxito que el clásico besuqueo en la cara a la hora de derribar las elevadas murallas de la indiferencia.

El beso en la nariz (tercero en el cómputo global de la eliminatoria) tampoco provoca el efecto perseguido. Lo que se observa en el rostro de la joven ya no puede considerarse una expresión sino un rictus. La sonrisa prácticamente ha desaparecido por completo y lo que se extrae de su comunicación no verbal es ligera tensión y acorralamiento.

Jim, empezando a ser consciente de la ridícula situación en la que se encuentra, decide darlo el todo por el todo, diciéndose a sí mismo que ya que ha llegado hasta aquí, por qué no dar un pequeño paso más hacia el fracaso, a fin de confirmar lo que a estas alturas ya es más que obvio.

Lanza un cuarto beso, a la desesperada. Se trata del típico beso comisurero que describía Buenafuente cuando todavía era gracioso. Largo, intenso, medido, buscando comisura y reacción inmediata. Es su último cartucho y no piensa renunciar a él, a pesar de lo crítica que ya es la situación en estos momentos.

Como el espectador ya sospecha desde hace tiempo, el cuarto (sí, cuarto) beso en la cara de la chica tampoco provoca el efecto buscado. Los brazos de ella se encuentran completamente rígidos y las manos cerradas, en contacto con el suelo. Su mirada se dirige directamente a la arena y sus carnosos labios han desaparecido para siempre, al contrario que los de Jim, que en estos instantes mantiene la boca semiabierta como un chimpancé, estupefacto ante lo que acaba de suceder.

Conservando esta estúpida expresión en el rostro, escuchando sin entender una sola palabra de la elaborada y convincente explicación que la chica le proporciona, Jim mira a su alrededor, a las olas, la Luna, las nubes y su puta madre. Como es evidente, no comprende que al protagonista de una barata serie de humor surgida en los albores del siglo XXI tienen que ocurrirle situaciones absurdas, rocambolescas aunque parezcan irreales, difíciles de resolver por su compleja y acusada ridiculez.

Jim busca las cámaras, pero no las encuentra. Sobre un primer plano de su aturdido rostro, desfilan con parsimonia los rótulos de crédito.

1 comment:

Psique said...

muy bueno! :)