15 March 2011

Pantacas. Parte II: Transformación

Todavía sin terminar de creer el éxito alcanzado la noche anterior en el campo del arreglo y confección, decido lucir por primera vez en tierras belgas mis ya famosos pantalones de moderno.

Con sumo cuidado, introduzco las dos piernas, me subo la bragueta y coloco el cinturón, intentando no realizar movimientos bruscos que puedan causar desgarros indeseados. Una vez vestido, peinado, perfumado, dirijo mi mirada a la zona problemática, me palpo sin rubor el paquete.

Toda esa absurda maraña de hilos de mil colores sigue intacta en su sitio. Ni rastro de calzoncillos ni agujeros. Triunfo total.

Al salir por la puerta de casa, se me caen las llaves al suelo. Hay que recogerlas, y para eso hay que agacharse: primer gran reto para mi obra de sastre. Instintivamente, tratando de no provocar tempranas roturas, junto mucho mis rodillas y desciendo muy lentamente hacia el suelo, de manera completamente vertical, como intentando ocultar unas braguitas que no llevo. La imagen es extremadamente femenina. Para un observador externo, es sin duda una joven dama quien se agacha de forma tan delicada para recoger su llavero. Sigue todo en orden en el área conflictiva.

Me subo en la bici, prueba de fuego. Trato de que el movimiento de mis piernas sea mínimo, sutil, armónico. Pedaleo despacio, circulo lentamente, de nuevo con las piernas muy juntas, como protegiendo una vagina que no tengo. Me adelantan escolares, abuelas ciclistas, peatones y algún caracol. Soy una chica en bici.

El día en la universidad transcurre con normalidad, siendo lo único inusual una extraña e irrefrenable necesidad de entrar en la web de Mango cada quince minutos.

A la hora de la comida, nos juntamos como de costumbre unos cuantos para comernos nuestros insulsos bocadillos en un banquito pegado al Geoinstitute. Al sentarme, no puedo evitar cruzar mis piernas colocando el interior de una rodilla junto al exterior de la otra, situando ambas piernas en posición vertical. Por primera vez en años, como despacio y sin llenarme de migas de pan. Al terminar lamento profundamente no tener un kleenex a mano.

Al final del día, llego a casa agotado por el duro esfuerzo de contención. Me apetece inmensamente darme un baño con sales aromáticas mientras bebo un batido de fresa, pero solo dispongo de una ducha tamaño 1x1m.

Subo las escaleras de una en una, elegantemente, sin hacer ruido. Busco por toda la habitación un desmaquillador que no poseo. Enciendo el ordenador para ver alguna serie mientras me duermo. Tengo gigas y gigas, desde Generation Kill hasta The Walking Dead, pero solo me apetece ver una. Una que no tengo.

Me muero de ganas de empezar a ver Sexo en Nueva York.

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