05 May 2011

Gordos y fofos

Llega el domingo por la mañana y uno siente la imperiosa necesidad de compensar las infinitas horas semanales dedicadas a observar en una pantalla de ordenador las insulsas actualizaciones de estado de sus colegas en facebook, las gilipolleces publicadas con frecuencia horaria en marca punto com, las prescindibles estadísticas de partidos de primera ronda de la conferencia oeste. También siente uno el impulso de purgar la excesiva ingesta de patatas fritas con salsa picante, de cerveza caliente y de licor barato checo.

Un buen remedio tranquilizador de conciencia son las actividades deportivas al aire libre. Uno de tantos domingos, dos valientes compañeros centroeuropeos y yo decidimos participar en una alegre carrera popular por el bosque, cuyo recorrido discurre por caminos pedregosos rodeados de árboles recién florecidos. Si alguien conoce una mejor manera de hacer creer a mi cuerpo que él y yo llevamos una vida sana, soy todo oídos.

Los organizadores ofrecen a los participantes tres modalidades: cinco, ocho y dieciséis kilómetros. Desestimo correr la primera, probablemente destinada a niños menores de diez años, mujeres en avanzado estado de gestación y ancianos decrépitos; rechazo también la tercera, por diversos motivos, entre los que se encuentra mi firme deseo de seguir viviendo más allá de los veintisiete años. Ocho kilómetros pues es la distancia que mejor se adapta a mis características físicas y objetivos de realización personal.

Me coloco cuidadosamente el dorsal que me entregan, realizo unos tímidos estiramientos que harían estremecer al menos exigente de los preparadores físicos y me coloco motivado en la línea de salida.

Resulta curioso comprobar cómo varían las sensaciones físicas y mentales de una persona a lo largo de una misma carrera.

En el primer kilómetro me siento fresco, joven, lleno de energía y de vida. Adelanto con seguridad a todo a quien encuentro a mi paso, sin ni siquiera dedicarles una mirada de desprecio. Me siento etíope, corro como una gacela. Me arrepiento en estos momentos de no haberme alistado en la prueba de dieciséis kilómetros, a todas luces asequible para un atleta como yo. Fugazmente, llego incluso a vislumbrar la posibilidad de obtener la victoria en esta prueba en la que participan alrededor de 4000 personas. Soy invencible.

En el kilómetro dos llega la primera cuesta, con una pendiente que no debe superar el 4%, no es precisamente el Angliru. Momentáneamente, mi compañero austriaco toma unos metros de ventaja, distancia ínfima que sin duda seré capaz de recuperar una vez desaparezca un misterioso desequilibrio respiratorio recién adquirido.

En el kilómetro dos y medio lanzo el primer escupitajo, más por soltar lastre que por otra cosa. Comienzo a notar un leve pinchazo en la rodilla izquierda y ya no tengo contacto visual con mi gordito colega centroeuropeo.

En el kilómetro tres mantengo un bonito duelo de adelantamientos sucesivos con un vejete cuyas articulaciones suenan como una máquina de escribir antigua y que respira como si estuviera a punto de fallecer por un ataque de asma.

En el kilómetro cuatro y medio me planteo seriamente la retirada. No de la carrera, sino del deporte en general. Sudo como un puerco, balanceo la cabeza de forma completamente descontrolada y escupo aproximadamente cada setenta y cinco metros.

Al kilómetro cinco llego al punto de avituallamiento, donde espero encontrar sales minerales, barritas energéticas, poderosas bebidas isotónicas que me permitan seguir con vida unos centenares de metros más y que justifiquen los cinco euros de la inscripción. Un puto vaso de plástico lleno de agua del grifo hasta la mitad es lo que me ofrece allí un joven sonriente vestido con vaqueros. Intento beberlo mientras corro pero solo consigo mojarme la cara y atragantarme. Toso, escupo y casi poto. Los corredores cercanos forman un sensato círculo de seguridad a mi alrededor.

En el kilómetro seis y medio reparo en que los movimientos de mi cuerpo son los de una persona que está corriendo, aunque mi velocidad real es la de alguien que camina muy lentamente. Estoy rodeado de cuarentonas de culos gordos y fofos que no tienen piedad a la hora de sobrepasarme. Me pregunto si quedará alguien por detrás de mí, aparte de aquel individuo sin pierna que me pareció ver al inicio.

Fijo mi mirada en uno de estos bamboleantes e hipnóticos culos gordos y fofos. Intento mantener un ritmo que me permita no perder de vista al más gordo y fofo de todos ellos, como si un imaginario cordel uniera esa absurda cantidad de grasa acumulada conmigo mismo.

Sorprendentemente, la estrategia funciona. Durante unos centenares de metros, mi visión deja de estar nublada, alcanzo la esperanza de no fallecer antes de llegar a la meta, de no tener que ser rescatado por un equipo médico de emergencia, todo gracias al misterioso efecto narcotizante que me produce observar los caprichosos movimientos de ese inmenso trasero.

En el kilómetro siete y ochocientos metros, distingo el cartel que señala la meta. A ambos lados del camino hay ahora gente que aplaude la llegada de los corredores. Relajo los músculos de la cara, finjo no estar al borde de un ataque cardíacos y esprinto de forma lamentable los últimos cien metros, intentando quitarme de encima a cuantas amas de casa encuentre a mi paso.

Cruzo la meta en cuarenta y tres minutos y veinte segundos, solo dos veces y media más que el récord mundial de la distancia. Me dan un zumito, camino un poco con actitud normal y me lanzo de cabeza al suelo en el césped más cercano.

Descarto temporalmente la posibilidad de participar en una maratón, como bien deseaba hace no muchos meses.

Media hora después recupero las constantes vitales. Me incorporo y miro alrededor. Necesito una cerveza.

4 comments:

Iban said...

A pesar de tu experiencia cercana a la muerte, me gustaría 'invitarte' a las diferentes pruebas atléticas que tenemos en BCN ('La Cursa del Corte Inglés', 'La cursa dels Bombers' o 'La Marató de Barcelona) ;)

Por cierto, estate atento a la Final Four que empieza hoy en BCN, me huelo que habrá sorpresas...

Menchu said...

sí, quiero verla, pero no creo que haya por aquí ningun bar donde pueda ...

en bélgica, tradición baloncestistica igual a cero.

Hector Soria Diseño said...

Ya era hora de volver a escribir. Ha estado gracioso. Y tengo que decir que a final de este mes tengo una carrera de 10 km. Llevo 0 días corriendo seguidos. Mañana espero empezar.

No ha habido sorpresa en la final four.

Paube said...

Te acuerdas que la mama siempre cuenta que hizo una maraton y nunca mas en su vida haria otra? por eso dicen que las madres siempre tienen la razon... me pregunto de cuantos kilometros fue jaja!

Hector, Actualizacion de foto YA!