Llega el verano: intelectualmente, la época menos fértil del año.
Las altas temperaturas reblandecen la masa cerebral y nuestras neuronas solo responden ante estímulos externos como insinuaciones sexuales por parte de individuos del sexo opuesto, o el visionado de helados Popeye en el cartel de la heladería.
Todos los años, al llegar las vacaciones, me prometo a mí mismo hacer una (o varias) de la siguiente lista de cosas:
-Este verano voy a escribir
-Este verano voy a aprender a tocar la guitarra
-Este verano voy a pintar un cuadro
-Este verano voy a salir a correr por la playa todas las tardes (ésta actividad no es intelectual)
Si a lo largo de todos los veranos de mi vida hubiera cumplido la mitad de lo que a finales de junio me prometo hacer, ahora mismo tendría redactadas cientos de novelas esperando a ser publicadas por el editor más avispado; cambiaría de sol sostenido a fa bemol (?) a una velocidad prácticamente imperceptible para el ser humano; manejaría los pinceles y colores con una maestría casi vangoghiana y presumiría de una resistencia física de privilegiado atleta keniata.
En fin, llega el verano, y el simple hecho de tener que levantarme para coger el mando a distancia, ya me da pereza. Me rindo y dejo el canal en el que retransmiten la Copa América de Vela. Mal empezamos.
Las altas temperaturas reblandecen la masa cerebral y nuestras neuronas solo responden ante estímulos externos como insinuaciones sexuales por parte de individuos del sexo opuesto, o el visionado de helados Popeye en el cartel de la heladería.
Todos los años, al llegar las vacaciones, me prometo a mí mismo hacer una (o varias) de la siguiente lista de cosas:
-Este verano voy a escribir
-Este verano voy a aprender a tocar la guitarra
-Este verano voy a pintar un cuadro
-Este verano voy a salir a correr por la playa todas las tardes (ésta actividad no es intelectual)
Si a lo largo de todos los veranos de mi vida hubiera cumplido la mitad de lo que a finales de junio me prometo hacer, ahora mismo tendría redactadas cientos de novelas esperando a ser publicadas por el editor más avispado; cambiaría de sol sostenido a fa bemol (?) a una velocidad prácticamente imperceptible para el ser humano; manejaría los pinceles y colores con una maestría casi vangoghiana y presumiría de una resistencia física de privilegiado atleta keniata.
En fin, llega el verano, y el simple hecho de tener que levantarme para coger el mando a distancia, ya me da pereza. Me rindo y dejo el canal en el que retransmiten la Copa América de Vela. Mal empezamos.