16 October 2008

Patata

Vuelvo hacia mi casa a las cinco de la mañana tras un miércoles noche anormalmente etílico. Me muero de hambre. Durante el camino, fantaseo con el enorme paquetazo de rosquilletas que engulliré compulsivamente al lado de la nevera.
Mis planes cambian repentinamente nada más abro la puerta de la cocina. Sorprendentemente, sobre la mesa, encuentro un plato repleto con el guiso de patatas que ha sobrado del mediodía. No queda carne, solo patatas: una colosal, deforme y viscosa masa semi-líquida de patata. Un auténtico delicatessen de madrugada.
A estas horas de la noche, con mi estómago a punto de intentar devorarse a sí mismo, ingerir estos ciento cincuenta centímetros cúbicos de patata líquida me parece la mejor decisión que he tomado en años. Lo caliento en el microondas y corto pan.
Durante el eterno minuto previo al clink, una idea descabellada comienza a rondarme la cabeza. En todo un alarde de insensatez y guarrería sin precedentes, se me ocurre que todavía sería más de puta madre llevarme ese demencial mejunje a mi habitación y comérmelo allí mismo, con el pan y todo. ¡Un fin de noche memorable, colega!, alcanzo a oír desde lo más profundo de mi cabeza hueca.
Coloco el plato con la montaña de patata líquida y el kilo de pan en una bandeja y me dirijo al salón de banquetes: mi cuarto.
Nunca he presumido de ser un gran camarero, y este es, sin duda, un gesto que me honra. Al entrar en el pasillo, una de las esquinas de la bandeja choca con el marco de la puerta, provocando que el plato con la inmensa montaña de patata semi-líquida salga disparado.
Inexplicablemente, mi elevado nivel de etanol en sangre no me impide hacer gala de unos formidables reflejos de zorro, alcanzando el humeante plato de patata líquida en mitad de su caída libre hacia el suelo.
La buena suerte, eso sí, no podía estar toda de mi lado. Una cantidad de patata líquida cercana al medio kilo ha caido sobre mi pantalón vaquero. El resto, repartido a partes iguales entre mis manos, la puerta y el suelo del pasillo. Hay patata por todas partes; mi casa se ha convertido en un auténtico infierno tuberculoso.
Rezo avemarías para implorar que nadie en mi casa haya escuchado el escándalo que he armado en el pasillo: en estos momentos, el parecido de lo que iba a ser mi cena con un enorme charco de vómito es sorprendente. Puaj, lo sé. Se trata, sin duda, de una sitación difícil de explicar.
Friego el pasillo y me acuesto. Sigo con hambre.
Vuelvo a la cocina y como pan. Solo pan.

3 comments:

Ramón said...

Jajajaja.
Una vez en Aveiro iba yo de la cocina al salon a comer con mi olla llena de no se que (creo que arroz) y se me cayo tooooodo en el suelo. Con lo que odio cocinar y la poca paciencia que tengo, comprenderas que ese dia decidiese pasar hambre. Mejor eso antes que ponerme a cocinar otra vez.

Anonymous said...

eres un crack...

muaks

pau

Laura R said...

un miercoles por la noche .. tengo celos!!!!quiero vivir estos miercoles !!!