21 August 2009

Certezas

- Esto es un puto cachondeo. - murmura el joven en voz alta y mirando hacia arriba, quizás buscando a Murphy o a Dios o a Satán, al comprobar que no quedan servilletas.
Lleva semanas sintiéndose solo, muy solo, dentro de ese edificio grande, caluroso, abandonado. Con la llegada de junio, julio, la gente de los laboratorios de alrededor -gente con la que no hablaba, pero gente que se movía, que tosía, que hacía ruido; gente, al fin y al cabo- se iba marchando a la playa, a la montaña, a hacer deportes de riesgo, a su casa; dejando al joven con la única compañía de las cucarachas agonizantes y el chasquido de las vigas metálicas por efecto del calor.
Intentando convencerse de que no se encuentra aislado en el Universo, el joven camina hasta la máquina de café esperando no ya cruzarse con alguien y entablar conversación, sino al menos escuchar algún fragmento de conversación lejana, una radio, un eructo, algo, por dios. Elige lo de siempre, of course, café con leche con cinco rayitas de azúcar. Introduce las monedas; espera.
No hay respuesta por parte de su cafetero y robótico compañero. La máquina de café está vacía. No hay café. No queda. Ninguna furgoneta de la compañía cafetera vendrá a recargarla en los próximos días o semanas, es una certeza. Más solo, si cabe.
Disimulando la gravedad de la situación, el joven da dos pasos en paralelo y se sitúa ante la máquina expendedora de chocolatinas, papas, bollitos y demás. Mete las monedas previamente destinadas a la compra de un café con leche con cinco rayitas de azúcar y, de memoria, introduce el código correspondiente a las galletitas que ha venido consumiendo de manera compulsiva durante los últimos cuatro meses: Tosta Rica Choco Guay (o Tosta Rica Choco Gay, como le gusta llamarlas a él).
Esta vez sí hay respuesta por parte de la máquina: la nada. La máquina ofrece un puñado de aire a cambio de los sesenta céntimos introducidos. No quedan Tosta Rica Choco Gay. El joven se las ha terminado. Ninguna furgoneta de la compañía galletera vendrá a recargar la máquina en los próximos días o semanas, es otra certeza. Solo, solo. Y con hambre.
En el camino de vuelta al laboratorio -de donde jamás debería haber salido- hace parada en el cuarto de baño. Tanta soledad le da calor; suda como un auténtico cerdo solitario. Se lava las manos y se moja la cara. Mirándose al espejo, busca inexistentes servilletas en el recipiente que se encuentra a su izquierda. Un puto cachondeo, vamos.

No comments: