Es sábado por la tarde. Día estupendo, temperatura estupenda.
Hay buen plan para esta noche. Cena, ronete y Zep. Estoy de buen humor. Me ducho, me peino, me afeito. He tomado el sol en Castalia, dos horitas bien aprovechadas: no hay razón para no triunfar hoy, no la hay.
Cuidadosamente elijo mi ropa: tópica camiseta I Love NY, pantalón corto negro a cuadros recién adquirido -un poco ancho, modernismo al poder- cinturón con estrellas dibujadas, zapatillas verdes con cordones negros compradas en Marruecos. Me miro al espejo antes de salir: estoy buenísimo, me digo. No se me ocurre ninguna razón para no ligar, no señor, ¡no la hay!.
Antes de acudir al lugar de reunión, debo pasar por el videoclub a devolver una parodia de Hitler en DVD que solo me mantuvo cinco minutos despierto. Probablemente las cuatrocientas pesetas peor invertidas del año 2010. De camino a este establecimiento, me cruzo con mi vecina.
- ¿Qué vienes, de hacer un poquito de deporte? - pregunta alegremente, sin saber que sus espontáneas palabras sin duda desencadenarán un drama en mi interior.
- ¡Añakljsdfgñajsd! - respondo yo.
Doy media vuelta, hundido, de mal humor. Los pantalones tienen pinta ya de viejos, la camiseta tiene manchas de sudor, las zapatillas están casi rotas y mi pelo es de pringao. Al fondo hay nubes y huele a mierda de perro.
Ya en casa, lanzo mis mejores galas al suelo, convertidas de por vida en porquería para hacer un poquito de deporte, y enciendo el DVD.
- Si en verdad me interesaba un montón ver esta parodia de Hitler - me digo a mí mismo - No hay razón para devolverla sin haberla terminado de ver. ¡No la hay! - insisto.
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