12 July 2011

Ahora no hay nada

Regreso a casa con el cerebro destrozado, tras una conversación con mi co-supervisor en la que, en apenas un par de horas, ha conseguido no solo echar por tierra gran parte del trabajo que he hecho en el último mes y medio, sino también replantear de manera radical toda mi tesis. De muy buen rollo todo, eso sí.

Dejo la mochila sobre la cama con la mirada todavía brumosa y subo a mear, replanteándome por completo mi futuro por trigesimoséptima vez en los últimos cinco meses.

De vuelta al cuarto, algo me impide la entrada. Bajo el marco de la puerta abierta, un ser vivo me observa curioso. Un pájaro. Hay un pájaro en la puerta de mi habitación. No estaba ahí hace un minuto, cuando he llegado, ni hace medio, cuando he ido al cuarto de baño. Ahora sí. He encontrado todo tipo de seres alados tanto dentro como fuera de mi cuarto, pero todos ellos eran insectos, ninguno era un ave.

Durante unos segundos me planteo la posibilidad de que ese indefenso pajarillo no sea real, que se trate de una alucinación provocada por el shock causado por la conversación que acabo de tener, de una sutil metáfora ideada por mi subconsciente para transmitirme algún misterioso significado que mi parte racional no ha sido capaz de captar. No lo pillo, de todas formas.

Nunca sé muy bien cómo reaccionar cuando tengo animales delante. No me gustan los animales. Son impredecibles. Se mueven deprisa. Hacen ruidos raros. Igual huyen que atacan. Uno no sabe qué esperar. Mi primera reacción es, por tanto, hacer como que no he visto al pájaro en cuestión, meterme en el cuarto y esperar que algún otro se encargue del asunto.

A punto de cerrar la puerta, el pájaro me sigue mirando.

El pájaro se mueve muy despacio. No huye al tenerme a menos de medio metro, como haría cualquier otro pajarillo en su situación. Solo me mira, o esconde la cabeza debajo de un ala. Como mucho, se desplaza a duras penas sobre sus patas y se esconde detrás de la aspiradora, que no sé muy bien por qué, siempre está al lado de mi puerta, aunque no la haya usado jamás. Debe ser el sitio en el que se guarda la aspiradora en esta casa.

El pájaro está enfermo, probablemente moribundo. En principio no me apetece demasiado tratar con animales agonizantes un martes a las siete de la tarde, pero pienso que si espero un rato voy a tener que tratar con animales muertos, con lo que la situación no mejora.

Igual el pardal solo tiene sed, pienso. Cojo la tapa de un bote de cristal y la lleno de agua del grifo hasta el borde, colocándola cuidadosamente al lado del animal. Mientras éste observa desconfiado el líquido, corro a buscar mi cámara. Me encuentro viviendo, al fin y al cabo, el momento más emocionante del último mes y medio.

El pájaro no tiene sed. Alpiste no tengo, así que tampoco puedo averiguar si lo que le pasa es que está muerto de hambre. Hay que sacar al pájaro de ahí, asúmelo, me digo.

Me animo y me acerco a escasos centímetros. Envuelvo su minúsculo cuerpo con mi mano, lo cojo. Ahí dentro todavía parece más pequeño, las plumas le hacían parecer más grande de lo que en realidad es. Se asusta y empieza a aletear como un loco. Yo me asusto más y lo dejo caer al suelo mientras digo joder ostia puta, o algo así.

Entro de nuevo al cuarto y cojo un periódico viejo. Engaño al pájaro para que se suba encima del periódico y lo envuelvo rápido para que no se me escape. Con cuidado de no aplastarlo, claro. Miro por el hueco que queda y veo al pájaro mirándome con cara de acojone. Sigue sin decir ni pio (ja ja).

Me planteo dejarlo en el borde de la ventana, pero sé que lo único que conseguiré será regalarle un pájaro muerto a la dueña del piso, que vive debajo. Cojo las llaves y salgo de casa en dirección a un parque cercano. Transporto el periódico intentando hacer la fuerza exacta que impida que el pardal no se escape y que al mismo tiempo no termine con la poca vida que le queda. La gente me mira chungo. Un tipet en chanclas llevando la sección de economía de un periódico con las dos manos como si fuera una tarta a toda velocidad en dirección al parque. Buena pinta.

Una vez allí, lo poso sobre un césped tranquilo. Su actividad sigue siendo la misma. Movimientos cortos, mirada triste, cabeza bajo el ala. Lo dejo allí.

Al llegar a casa, me cae una gota en la cabeza.

Me hago la cena mientras veo caer la tormenta. Después de comerme un bote de sopa checa, empiezo a escribir un post sobre un pájaro que he encontrado esta tarde en la puerta de mi habitación. Ochocientas veintiuna palabras después me doy cuenta de que tengo mucha curiosidad por saber qué habrá sido del triste animal. Vuelvo al parque.

Retorno del parque empapado y muerto de frío. Termino el post. Donde antes había dejado al pájaro, ahora no hay nada.

2 comments:

Official blogger said...

Qué bonito!

Anonymous said...

Seguramente tu sentimiento de compasión sanó al pájaro, y él volvió a volar. No estar, no significa no ser...