14 January 2008

Colocado

Salgo de la biblioteca y, camino del coche, encuentro en el bolsillo del pantalón un cigarro que debía estar allí esperándome desde alguna ya lejana noche de fiesta.
Como la mayoría sabeis, no fumo habitualmente. Sin embargo, hoy decido hacer algo que nunca he hecho antes: fumar mientras conduzco.
Ya a salvo en casa, diré que fumar en el coche es una actividad más peligrosa que practicar puenting con la goma sujeta al dedo meñique del pie, y más complicada que pilotar un Boeing 747 con la mano izquierda y los ojos cerrados.
Para empezar, decido encender el cigarro cuando tengo el coche ya en marcha. No tengo mechero, así que me veo obligado a utilizar el encendedor del coche. Aprieto el botón, y cuando el aparato ya está caliente lo dirijo al cigarrillo que ya se encuentra convenientemente colocado en mi boca. La última vez que usé este artilugio (con doce años) terminé con la punta del dedo índice chamuscada, con lo que todavía le guardo algo de respeto. Intentando no abrasarme la nariz, aparto durante dos segundos la mirada de la carretera. Cuando vuelvo a mirar al frente, me doy cuenta de que estoy invadiendo peligrosamente el carril contrario (vacío, afortunadamente). He conseguido encender el cigarrillo y sigo con vida.
Doscientos metros más adelante, me doy cuenta de que no tiene ningún sentido fumar en el coche con las ventanillas bajadas. El ambiente comienza a estar peligrosamente cargado y la ceniza está a punto de caer sobre mis pantalones limpios. La abro, y una fría ráfaga de viento irrumpe en el interior de mi vehículo, lanzando la humeante ceniza sobre mis cara. Medio ciego, y con un horrible sabor a cenicero en mi boca, me concentro en no atropellar al anciano que cruza el paso de peatones.
Minuto y medio más tarde, recuerdo que las personas que suelen fumar en sus vehículos tienen tres manos: a mí me falta una. Si coloco el cigarro en mi mano izquierda, no consigo hacer girar el volante; si lo pongo en la derecha, lo pierdo cada vez que cambio de marcha; si me lo dejo en la boca, tengo pinta de gilipollas.
Estoy tan increíblemente concentrado en no perder de vista la calzada que las pocas caladas que consigo darle al cigarrillo son de campeonato. Resultado: dos minutos después de haberlo encendido, estoy mareado. Son las siete de la tarde de un lunes y conduzco mi coche completamente colocado.
Instantes después, el tabaco no se ha consumido completamente pero decido acabar de inmediato con este peligro rodante en el que me he convertido. Abro completamente la ventanilla y lanzo con rabia el cigarro que a punto ha estado de costarle la vida a cientos de personas a mi alrededor.
-¡Muere, cabrón! - grito, triunfante.
A modo de venganza, la colilla, todavía llameante, se deja llevar por el viento en contra, y vuelve a entrar por la ventanilla abierta de mi coche, posándose tranquilamente sobre el asiento de atrás. El espejo retrovisor, cómplice, me devuelve hasta llegar a casa la imagen de mi derrota.

2 comments:

Ramón said...

Bueno, bueno, bueno, David fumando y yo no estaba alli para sacarte una foto!
Que risa! Te acuerdas que en Aveiro a ti y a Silvia (pero mas a ti) os sacaba una foto cada vez que os veia fumando? Que tiempos!

Ah! Como decia Rocio Jurado (creo), (D.E.P.): precaucion amigo conductor la senda es peligrosa...

Anonymous said...

Cigarro terrorífico - o regresso (ao banco de trás)

Opah... és tão cona...
Mas gosto muito de ti na mesma!!! :D